Noche en casa

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Alexander.

La observo desde la distancia, ignorando lo que dicen los chicos. No puedo dejar de mirarla. Está guapísima. Su pelo ya no es rubio ni está tan largo como antes.

Su piel está algo más pálida pero suave y tersa. Sus ojos, sus labios, sus expresiones... Su cuerpo; tiene más pecho debido a la maternidad y algo más de caderas, pero sigue manteniendo su figura de ángel al igual que hace cinco años.

Aún no puedo creer que de verdad tenga una hija.

Todos estos años, intentando olvidarla en vano, dispuesto a partirle los dientes al pavo que trajera hoy para presentarnos y así recuperarla, reclamarla como mía y llevármela a Nueva York para volver a estar juntos. Gritar desde el edificio más alto del mundo que me importa una mierda nuestros problemas o el hecho de ser medios hermanos. Hacerle el amor y profesarle todos mis sentimientos. Sin embargo, viene con mi hija, una preciosa niña rubia de ojos azules, que me transportan directamente a la madre biológica de Elizabeth. Dos auténticas copias. Las dos chicas más guapas de este planeta, y una es la mujer que amo y la otra mi, hija.

—Tío, al menos puedes disimular un poco —se queja Michael —vas a babearle el suelo a Joseph.

—Está guapísima —digo lo que todos saben.

—Y está pillada por el escocés —me pincha Massimo —Ya oíste a Cassie.

—Ese tío tiene que hacer mucho para estar siquiera al lado de ella a partir de ahora —amenazo con la mandíbula tensa —ella es mía. Esta noche se viene a la casa.

—¿A casa? ¿Quieres decir a la que hemos alquilado? —pregunta Giorgi — ¿la niña también?

—Las dos. Quiero pasar tiempo con ambas. Sé que si insisto un poco más podremos hablar y solucionar todos los problemas que hemos tenido.

—Tío —habla Massimo —se nota que no quiere tenerte cerca. Odia este sitio, y el dato más importante; vive en Escocia no en Estados Unidos.

—Me perdonará —afirmo, para convencerme más a mi mismo que a ellos después de lo que ha dicho. Tiene razón. Sé que odia este lugar, sé que odia que haya venido y esté con su familia. Además de que toda su vida está en otro país —ella me perdonará. Podremos ser una familia.

—Espero que lo consigas —palmea mi espalda —viene hacia aquí —susurra —le presto mi total atención, con mi mirada fija en su cuerpo, y como carga a Ava, que está apoyada en su hombro. La observo hasta que está justo delante de mí.

—Ava se ha dormido —me explica lo evidente — y como quieres que nos quedemos allí contigo...

¿Cómo yo quiero que se queden? ¿Acaso a ella no le hace ni una pizca de ilusión? ¿Ni siquiera una pizca de ganas de querer venir y poder hablar? ¿Puede haberse olvidado de mí en estos cinco años? No. No ha querido que la bese. Sé que sigue sintiendo algo por mí, si no me habría besado, me habría empujado y me habría dicho que no me ama. ¿Es que acaso se está haciendo la fuerte para que no piense que me sigue queriendo? ¿Por qué lo hace?

—¿Quieres irte? —pregunto, alejándome de mis pensamientos. Ella asiente de forma tímida — podemos irnos. Sí.

Asiente. Mientras voy recogiendo todos y cada uno de los regalos de Ava en una bolsa para llevárnoslo a casa, ella se despide de forma escueta con todos, deteniéndose un poco más para hablar con Joseph y Marianne. Ellos parecen decirle algo, aunque soy incapaz de descifrarlo porque hablan en voz baja. Su padre hace una mueca parecida a una sonrisa, seguramente por la despedida. Dejan algunos besos en la mejilla, y por último a Ava, haciéndolo con cuidado para no despertarla.

Ahora soy yo quien se despide de todos, de los chicos incluidos, aunque nos vayamos a ver más tarde.

Bien, es hora de ir a casa.

Mi ángel IV "¿Y si fuera para siempre?"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora