Verdades

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Elizabeth

Me apoyo sobre el lavamanos, respirando profundamente por todo lo que prácticamente acaba de pasar; gritos, celos, peleas y me ha confesado que se ha acostado con otras mujeres.

¿Por qué sigo aquí? ¿Por qué apenas estoy cabreada con él?

Me miro en el espejo, esperando a que mi propio reflejo me diga que hacer. Entiendo lo que ha hecho. Me duele, pero le entiendo, ¿pero si le entiendo por qué narices duele tanto? Necesito aclarar mi mente, y también mi cuerpo. Me desnudo, sin perder un solo segundo hasta meterme bajo la lluvia artificial, dejando que me empape por completo.

Relajo por completo mi espalda, mis hombros, brazos y cuello. Suelto el aire de mis pulmones, dejando caer todo el peso de mi cuerpo sobre mis piernas. Necesitaba esto. Necesitaba este tipo de relajación y clarificación ahora mismo. Un buen momento para dejar fluir cada uno de mis pensamientos:

Le he confesado que no me he acostado con nadie en cinco años cuando él si lo ha hecho.

Nuestra falta de comunicación ha dejado de ser una brecha para convertirse en un completo abismo. Aunque por paradójico que suene, esta abismo ocasionado por nuestra comunicación no ha sido por falta de ella, sino por las crudas palabras que hemos usado para contarnos la verdad.

Siento unos celos estúpidos al pensar en esas chicas con las que se acostó cuando no estábamos juntos.

Miles de emociones, todas relacionadas con él y mis inseguridades. ¿Le habrá gustado más con ellas? ¿Habrá sentido más placer? Estoy seguro que fueron más expertas que yo, y eso lleva a que sea mucho más placentero para él.

Me encojo en mi sitio al pensar eso. ¡No!¡Para! Sacudo mi cabeza violentamente de un lado a otro. No voy a sentirme insegura. No por mi cuerpo.

<<Mi corazón, alma y mente son tuyos.>>

Sus palabras se repiten en mi mente, y tal y como lo hizo la primera vez, siento mi pecho calentarse: de la emoción, la ternura y el...¿cariño? Siento como despiertan esa clase de sentimientos en mi cuerpo en cuanto dice cosas como esas, y es ahí cuando me convenzo a mi misma de que vale la pena. De que lo nuestro lo vale.

Salgo de la ducha, envolviéndome en algunas toallas, dejando una enrollada en mi cabeza y la otra en mi cuerpo. Salgo del cuarto de baño, cruzando el resto del pasillo hasta el cuarto de Alexander donde me visto con algo cómodo y sencillo, dejando la toalla en el cesto de la ropa sucia.

Bien, Elizabeth. Es hora de enfrentarte a la realidad. Ve allí y habla con él, de forma civilizada. Dile exactamente como te ha sentado, como te sientes ahora y como pueden arreglarlo, porque de eso se trata, ¿no? Arreglarlo. Arreglarlo de manera distinta a como antes arreglábamos nuestros problemas. Ahora se trata de comunicarnos mejor, con respeto, sin gritos, sin golpes.

Tomo tres grandes respiraciones, inhalando y exhalando de forma pausada y prolongada, pero decidida.

En cuanto creo que estoy lo mínimamente preparada salgo de la habitación. Camino a paso rápido y decidida, en un ataque de valentía y coraje, sin pararme a pensarlo demasiado llego justo al lado de Alexander, que al principio me mira extrañado, incluso temeroso de que le vaya a decir que me iré, pero se sorprende aún más cuando me acerco a él, tirándolo de su camisa hasta mis labios, tomando el control de mi cuerpo y de la situación por primera vez desde que estoy aquí. Tarda un par de segundos en reaccionar, pero en cuanto es consciente de lo que pasa envuelve sus manos alrededor de mi cintura, atrayéndome a él y levantándome algunos centímetros del suelo. Mi lengua se cuela en su boca, jugueteando con la suya. Me dejo llevar por mis impulsos, saboreándole, recordando cada beso que nos dimos y disfrutándolo como si fuera el último.

Mi ángel IV &quot;¿Y si fuera para siempre?&quot;Donde viven las historias. Descúbrelo ahora