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—No les vas a contar esto a papá y a la abuela, ¿verdad? —Me levanté la camiseta y me limpié la frente.

—¿Decirles qué, que te vas de Brooklyn o que te vas a prostituir?

Le lancé a mi hermano una mirada maliciosa, a lo que él se rió.

—Joder, no, no les voy a decir nada de una mudanza temporal. —Se rió.

Bien. Siempre que ocurría algo importante, se lo contábamos a nuestra familia de a poco. Nonna era una reina del drama, y papá odiaba los cambios. Todo su mundo existía al otro lado del East River, en el mismo barrio donde siempre habían vivido. Recordé cuando Namjoon se mudó a diez minutos de distancia y Nonna pensó que se iba a olvidar de ella.

Habíamos descubierto que la mejor manera de mantenerla tranquila era continuar con las tradiciones de nuestra infancia. Por ejemplo, yo seguía viéndome con Nonna una vez a la semana en Sahadi's, no realmente por las compras sino por la compañía y para que viera que yo estaba vivo y bien.

Ella tenía dos nietos homosexuales y seguía creyendo que nos enfrentábamos a peligros en cada esquina, aunque Namjoon había salido del armario desde que tenía como trece años, hace aproximadamente... Joder, tenía que hacer cuentas aquí. Tenía cuarenta y dos años. Llevaba mucho tiempo fuera, y sin embargo, Nonna nunca dejó de preocuparse.

También era una mujercita agresiva y luchadora. Podía envolver sus dedos alrededor de una cuchara de madera y decir: —Si alguna vez te acosan por ser gay, voy a destrozar a ese cabrón. —Luego hacía la señal de la cruz y enviaba una rápida disculpa a Dios por maldecir.

La cosa gay.

No importaba que mi hermano midiera 1,80 metros y hubiera entrenado kickboxing desde los diez años; nuestra abuelita de 1,50 metros se iba a encargar de cualquier matón. Con una cuchara de madera.

—Vamos a pedir una pizza. —No había mucho más que hacer. Había colocado mi teclado en la ventana del dormitorio, mi ropa estaba guardada en el armario, mi guitarra estaba debajo de la cama y había dejado algunos objetos personales en el cajón de la mesita de noche, en el baño y en la encimera de la cocina. Porque no me iba a mudar a Manhattan sin mi vajilla para helados y mi colección de salsas y cerezas al marrasquino.

—¿Tienen eso aquí? —Preguntó Namjoon con cara seria.

Resoplé y me senté en la mesa con mi teléfono.

—Ray's hace entregas. ¿Le viene bien a su alteza?

Mi familia odiaba Manhattan, incluido Namjoon, lo cual no tenía sentido. Éramos italo-irlandeses americanos que habíamos crecido en un barrio latino de Williamsburg, la parte que no había sido tomada por los ricos hipsters y artistas. En resumen, habíamos vivido y respirado la cultura de la vieja escuela y el catolicismo toda nuestra vida, y las primeras palabras de Namjoon cuando era pequeño habían sido: —Algún día me iré de aquí. —Probablemente en español. Al menos, según papá, y los viejos gruñones nunca exageraban. Pero aparentemente, la idea de mi hermano de irse era mudarse diez minutos al sur, a Park Slope. Por supuesto, Park Slope tenía una mejor comunidad LGBTQ, por no hablar de los precios de las casas que hacían que cualquier reina jadeara dramáticamente.

Namjoon salía con una de esas.

Mientras yo pedía una gran pizza para compartir, él cogía dos cervezas de la nevera.

Hablando de la reina de Namjoon…

—No le digas a Jinyoung que estoy trabajando para Sunmi otra vez.

No confiaría en que ese tipo se lo guardara para sí mismo.

—Dame un poco de crédito. —Contestó Namjoon y ladeó una ceja. —Pero no confundas mi silencio con una aprobación.

dawnDonde viven las historias. Descúbrelo ahora