𝓠𝓾𝓲𝓷𝓽𝓸 𝓶𝓪𝓷𝓭𝓪𝓶𝓲𝓮𝓷𝓽𝓸.

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- Taiju Shiba X Sakura Haruno -

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Sus fosas nasales inhalaron hondo, podía sentir como el oxígeno llenaba sus pulmones. El irreconocible olor a incienso lo golpeó segundos después, podía escuchar el crepitar de una pequeña mecha a punto de que su llama se extinguiera.

Y cuando la vela se terminara ya sabía que vendría después... O mejor dicho, quiénes.

Minutos después de que la cera de secará y fuera fácil y segura de limpiar, saldría por el pasillo  aquel monaguillo rubio con marcas extrañas en las mejillas, el infantil rostro formaría un puchero con las mejillas infladas, muy seguramente por ser su turno de limpiar; había visto esa misma actitud hace unas semanas atrás con un niño de cabello azabache. Finalmente el rubiecillo soltaría un pequeño suspiro, su inconformidad cambiaria por determinación y pronto le seguiría la concentración mientras retiraba la cera pegada ayudado de una pequeña espátula de metal, examinaría su trabajo para después correr en busca de una escoba y terminar de barrer los más pequeños trozos que habían caído al suelo, y luego... luego aparecería ella. Sosteniendo con sus pequeñas, delgadas y pulcras manos un nuevo cirio, sonreiría al niño rubio, le daría una palmadita en la cabeza dejando ver el buen trabajo que había hecho, y luego de que el niño le devolviera la sonrisa con más euforia de la necesaria y se perdiera entre los pasillos; ella sin perder el tiempo avanzaría y verificaría que los grabados y adornos del cilindro de cera estuvieran en perfecto estado, luego ella caminaría con ese sutil contoneo de caderas, tomaría la caja de fósforos de una repisa no muy lejana, regresaría al anterior lugar y finalmente encendería su llama.

Y así sucedió.

Cerró los ojos agradeciendo por enésima vez, una vez los abrió la imagen de ella... de pie, con las manos juntas en señal de oración, ojos cerrados, la sombra de una sonrisa en su rostro tranquilo y sereno.

— Hermosa — no pudo evitar pensar.

Las llamas de todas las veladoras la iluminaban el pasillo con colores anaranjados y amarillentos, el vitral de la virgen maría en la más alta de las ventanas a su espalda dejaba entrar a penas unos cuantos rayos de luz, mismos que contorneaban su silueta como si se tratase de un halo celestial.

Desde que tenía memoria era un fiel seguidor del catolicismo, demasiado devoto para él, demasiado radical para la mayoría de las personas a su alrededor. Eso estaba bien, no le importaba las opiniones ajenas y nunca escuchó aquellas advertencias sobre cómo se podriría en el infierno, muchas de estas advertencias o mejor dicho insultos, eran lanzadas por sus dos personas más preciadas... sus hermanos menores.

Decidió hacer de oídos sordos por años y nunca creyó al 100% en la teoría del cielo y el infierno, prefería centrarse en lo básico; tomar lo que necesitara y aprendiera para después aplicarlo en su vida diaria con sus prójimos, pero... cuando vio por primera vez a esa mujer fue cuando por primera vez creyó que el cielo si existía, y pensar que ella era un ángel no fue dificultad alguna.

Pero de igual forma supo que estaba condenado al jodido infierno cuando su relación paso de ser meramente cordial a puramente lasciva.

— ¿Shiba-san? — escuchó a lo lejos.

Ahí estaba ella, mirándolo y compartiendo aquel secreto oscuro escondido; por suerte estaban solos, todavía no olvida las miradas de reprensión que les dieron unas ancianas aquella vez que dejó su mano reposar en la espalda de ella por más tiempo del necesario, gracias a Dios no pudieron ver el apretón en su nalga una vez se dieron la vuelta. 

𝑶𝒏𝒆-𝒔𝒉𝒐𝒕❜𝒔 2.0Donde viven las historias. Descúbrelo ahora