Capítulo 3: Soldados de Dios

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Si bien cada quien tenía un don particular, el deporte era algo que les llamaba la atención, todos solían entrenar con Miguel para aprender sus habilidades como un hobbie para pasar el rato.

Era el día tres y un cuarto de toda la creación, habían pasado 162 años y medio desde que la creación había empezado.

Los ángeles se veían tan joviales como siempre, su apariencia no pasaba de los 20 años, eran jóvenes energéticos y muy creativos que cumplían su labor al pie de la letra.

Gabriel había tenido la suerte de encontrar su don y junto a su discípulo solían escribir lo que pasaba día a día.

También eran mensajeros privados de Dios.

Lo que muchos no entendían era el por qué Miguel tenía tantos discípulos, ya que los niños no dejaron de llegar.

A muchos siempre les correspondía 1 o 2 pero a Miguel le caían entre 3 y 5 por tanda y eso era extraño.

Lo bueno era que ya se había acostumbrado.

Y aunque Miguel era fuerte y habilidoso, había uno de ellos que lograba rivalizarlo sin ser soldado.

—Buenas, buenas —Un inquilino llegó al lugar, ganándose las miradas de todos los discípulos de Miguel—. ¿Y Migue?

—Está entrenando a los menores —Habló uno de ellos, señalando un lugar donde Miguel entrenaba a 5 niñitos que yacían uniformados como su maestro.

Luzbel se acercó al lugar y observó a los niños combatir entre ellos. Era un combate limpio, tenían que atacarse pero no lastimarse, la idea era dominar cada ataque y saber dirigirlo hacia el oponente.

Miguel tenía la creencia de que si lograbas perfeccionar eso, serías más veloz y tu cuerpo se adaptaría a los cambios bruscos.

Luzbel no lograba dominar del todo eso y había terminado lastimando a Miguel accidentalmente, pero nunca tuvo la mala intención, sólo no era tan habilidoso.

Vio cómo a uno de los niños se le fue la mano y sin querer le metió un golpe con la lanza al otro.

Éste empezó a llorar y el otro soltó el arma inmediatamente para ayudarlo y disculparse.

—Tranquilos, que no cunda el pánico, esto suele pasar... —Miguel parecía nervioso intentando consolar al pequeño mientras le revisaba el golpe y le colocaba una compresa fría para aliviar el dolor—. Sé que duele pero siempre se cura, te llevaré donde Rafa para que te eche un ungüento, tranquilo.

—Qué difícil es la vida de un soldado —Habló Luzbel, intentando no reírse—. Es una labor violenta, ¿Para qué Padre les habrá dado ese don?

—Al menos no me enfrento a diario con las tinieblas —Habló, recordándole que su trabajo era más peligroso que el de él—. Además, si dominas el arte de pelear se vuelve un ejercicio bastante relajante.

—A mí no me relaja mucho —Comentó Luzbel, recordando que siempre se veía estresado en esos momentos. Tal vez porque aquel no era su don.

—¿Viniste por una revancha? —Preguntó Miguel emocionado. Luz asintió—. Déjame llevar al pequeño con Rafa y nos enfrentamos —Habló con una sonrisa.

Los niños se le quedaron mirando raro, eso en parte lo puso nervioso.

Miguel no tardó en llegar y Luzbel ya se encontraba uniformado para combatir mejor. El traje consistía en una especie de kimono sin mangas con un cinturón de tela, poco más arriba de la rodilla y con botas altas de cuero que tenían adornos dorados. El traje también era color oro.

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