Capítulo 8: Pecado

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Era el día séptimo y seis octavos, muchos angelitos curiosos solían ver lo que hacía el nuevo hombre por toda la tierra y esperaban con curiosidad alguna creación suya o un rasgo inteligente.

Luzbel había tenido otras pesadillas después de que se le acabara la medicina de Rafael y no tenía ganas de irle a pedir más.

No le hablaba a Uriel y éste estaba triste por eso.

—Maestro —Una noche llegó después de su jornada y decidió que debía al menos intentar arreglar su relación. Luzbel ni lo miró—. Llevamos ya tiempo sin hablarnos ni un poco...

—Yo no hablo con gente que me cree un loco —Le interrumpió secamente. Uriel se sintió peor.

—Oye —Seguía triste pero ya no le estaba gustando el trato que le estaba dando su maestro—. Yo a ti no te he hecho nada malo para que me odies, intento ayudarte...

—¡Pues gracias por ayudarme a dudar de mi cordura! —Exclamó, molesto, Uriel se asustó—. ¡Cada día esta cosa me está consumiendo y a ti lo que te preocupa es que nadie se dé cuenta del horrible destino que tiene ese hijo de Dios! —Eso lo dijo refiriéndose a Adán, señalando hacia afuera—. ¡Y crees que estoy loco por decirte esto!, ¡¡¡Ustedes son los ciegos!!!

—No me hables así, Luzbel —Uriel se molestó, no tanto como lo estaba su maestro pero sí lo suficiente como para confrontarlo.

—¿Luzbel? —La expresión de éste cambió de molestia a sorpresa e incredulidad. Empezó a reírse estrepitosamente y Uriel se asustó—. Claro, como ya no sirvo ya no soy tu maestro, ¿No?

En sus ojos había una mezcla de emociones en las que más se apreciaba la tristeza y decepción, parecía haber perdido la cordura y apretaba con fuerza las sábanas de su cama.

—Yo no... —Uriel no esperaba escuchar aquello pero empezaba a tenerle miedo a Luzbel.

—No quiero escucharte —Su mirada se tornó oscura y el orgullo se apoderó de él. Salió de la habitación pero antes lo empujó con el brazo para quitarlo del medio.

Uriel no sabía qué pensar pero eso sólo había empeorado las cosas.

—¡Maestro! —Se fue detrás de él para intentar arreglar las cosas pero éste sólo lo ignoró mientras aceleraba el paso y se perdía entre los demás.

Llegó al comedor y se sentó hacia la mesa sin platillo alguno, sólo observaba a los demás comer.

Había varios ángeles jóvenes hablando de la novedosa creación de Dios y Luzbel sintió algo amargo que le revolvió el estómago.

—¿Ustedes piensan que ese ser sea bueno? —Le preguntó a los chicos que parecían emocionados al hablar de ello.

No lo hizo con sarcasmo sino con duda para disimular su disgusto. Los ángeles se le quedaron viendo con sorpresa.

—Todo lo que crea Padre es bueno —Habló uno de ellos. Luzbel se mostró serio—. Eres el maestro de Uriel, ¿No? —Parecían no conocerlo.

—No sé si me pueda llamar su maestro con lo ausente que he estado por este tiempo —Habló, melancólico y apoyando ambos brazos a la mesa para luego apoyar su barbilla—. Y es cierto, Padre crea cosas muy buenas pero es descuidado.

—¿Por qué lo dices? —Preguntó uno de ellos.

—Las tinieblas siguen ahí y contaminan todo lo que toquen, lo vuelven malo e imperfecto.

—Pero ustedes las alejan, ¿No?, es el trabajo de Uriel y el tuyo también.

Hubo un silencio bastante incómodo y Luzbel los miraba como si fuesen personas ingenuas que no conocían la verdad de su trabajo.

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