CAPÍTULO 5| PASANDO UN VERANO CON MI ABUELA

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CAPÍTULO 5

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PASANDO UN VERANO

CON MI ABUELA

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Verano del 2015.

Mi primera vez en Okinawa no era como me imaginaba, pero para nada. Estaba acostumbrada al típico bullicio de la ciudad que había siempre en Tokio, así que pensaba que Okinawa sería todo lo contrario a Tokio, un sitio tranquilo y hogareño. Pero me equivocaba.

Okinawa era bastante ruidosa. No tanto a comparación de Tokio, pero sí lo bastante ruidosa como para no pasar desapercibida ni poder apreciar los sonidos del verano como el canto de las cigarras. Las calles de Okinawa estaban atestadas de gente.

Gente yendo a comprar o volviendo de la compra.

Niños jugando.

Grupos de amigos hablando entre ellos y riendo.

Familias reunidas y llenas de amor.

Las calles de Okinawa estaban llenas de vida. Me sentía un poco como una intrusa en aquel ambiente tan cálido.

Mis padres habían decidido que a partir de ahora pasaría cada verano en casa de mi abuela para así poder reforzar los lazos con ella, prácticamente no la conocía, puede que de una o dos veces, pero no más. Yo sola. En uno de los barrios de la isla de Okinawa. ¿En qué estaban pensando? Casi no conocía a mi abuela, pero ¿ahora tenía que vivir con ella todo el verano? Este era su plan para deshacerse de su hija por una temporada, estaba al cien por ciento segura de eso. Miré hacia arriba, teniendo que entornar los ojos para no quemarme con el sol y suspiré cansada y un poco agobiada. Nunca me había gustado el calor, me gustaba mucho más el frío. Era mucho más de las temperaturas bajas que de las altas. Desde siempre.

Me sequé el sudor de la frente con el antebrazo y con un suspiro, cogí mi pequeña maleta con todas mis pertenencias. Algo bueno que tenían los lugares pequeños o no muy pequeños, era que la gente solía ser muy amable y altruista. Por ese motivo, el señor que se había ofrecido a llevarme en coche desde el aeropuerto hasta Okinawa, me había dejado justo delante de la puerta de la casa de mi abuela.

Una gran casa japonesa de estilo tradicional, pero aun así bien cuidada y un poco modernizada. El pórtico, al igual que toda la casa, era de tonos color tierra con decoraciones en un dorado y rojo un poco desgastado. El porche, estaba unido al jardín, que estaba envuelto en un muro medio alto de piedra con vegetación, pero desde el lugar en el que estaba, no podía ver mucho, aparte de algunos árboles y plantas, todas de un verde muy vivaz, estaban bien cuidadas.

Me acerqué a la puerta y con mis nudillos golpeé la madera con fuerza para hacerme oír.

—¡Adelante! —gritó mi abuela desde dentro—. ¡Estoy en la cocina!

Abrí la puerta, dejé mis bambas en el zapatero que había en la entrada y me puse las pantuflas que había bien colocadas justo debajo del escalón de la entrada. Cogí la maleta por el asa para no manchar el suelo y me adentré en la casa. La maleta pesaba un poco, pero no me apetecía manchar el tatami¹ del suelo. No sabía cómo se podría poner mi abuela. Mejor prevenir que lamentar.

Me quedé quieta justo en medio del salón y esperé. No sabía donde estaba la cocina y no quería cargar con la maleta por toda la casa. Así que opté por quedarme como una planta, quieta y en su sitio.

Viviendo un verano en OkinawaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora