CAPÍTULO 12| EMOCIONES DESBORDADAS

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CAPÍTULO 12

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EMOCIONES DESBORDADAS

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Al poner un pie dentro del local, que seguía igual que antaño, con su decoración tradicional japonesa, el olor a comida me golpeó fuertemente. Recordaba con mucho ímpetu esos olores, ya que, casi cada sábado del verano en el que me vine a vivir con mi abuela, Aimi, Daichi y yo, veníamos a este restaurante a comer. Veníamos tanto, que hasta nos hicimos amigos del dueño del restaurante, y también de su hijo. Un joven, menor que nosotros por un año, que se quería ir a vivir a la gran ciudad, Tokio.

El interior del local seguía igual de tranquilo como antes. Había muchas personas, eso sí, pero no tanto como para agobiar, ni voces fuertes mezclándose para poder hacerse escuchar. Era cierto que se podían oír las conversaciones de los comensales, pero esto era agradable, no agobiaba ni nada.

Al estar todo el local lleno de personas, no había ninguna mesa desocupada, pero para mi mala fortuna o suerte, como algunos podrían decir, el único sitio en el que nos podíamos sentar, era en la barra, justo donde detrás estaba el dueño del local cocinando la comida de sus clientes. Chiso Suzuki, alzó la mirada cuando entramos y nos quedamos en la entrada al no ver ningún sitio vacío, su rostro mostró una sonrisa al detectar a Aimi entre nosotros, suponía que seguía siendo una cliente habitual en el lugar, alzó la mano luego de habérsela secado con el delantal que tenía en la cintura y nos saludó.

—¡Chicos! Pasad, tenéis vuestro sitio de siempre desocupado —dijo señalando justo el único sitio vacío.

Nos acercamos a la barra y cada uno fue sentándose en las sillas, a mi derecha estaban, Saya, Aimi a mi izquierda, Koichi y Kai, dejándome a mí, justo en frente de Chiso, que se me quedó mirando durante unos segundos hasta que me reconoció.

—¿Arashi?

—La misma en carne y hueso —dijo Aimi con una gran sonrisa un tanto falsa e incómoda.

—¿Cuándo has vuelto?

—Vine hace unos días.

—¿Y qué tal todo? —Chiso parecía nervioso, lo notaba por la forma de sonreír y de limpiarse consecutivamente con su delantal. Lo hacía cada vez que nos preparaba una sorpresa y no sabía cómo esconderlo.

—Bien —contesté con un encogimiento de hombros—. Pero podría ir mejor.

—Me alegro —su sonrisa era sincera, y sin saber el porqué, me dieron ganas de llorar.

Me levanté sin decir nada, porque sabía que al hacerlo rompería en llanto, y salí del local, caminé durante unos pocos segundos hasta dar con la pequeña plaza que había cerca del restaurante y me senté en uno de los bancos que había.

Ahí sola, en medio de la noche, empecé a llorar. Lágrimas silenciosas caían de mis ojos, me encogí sobre mí misma y escondí mi cara entre mis brazos. Ver a Chiso y su cálida sonrisa, fue un golpe duro. Volver a Okinawa, ver a Aimi y por último, ir a cenar donde siempre íbamos y poder volver a presenciar la calidez que me daba tanto Chiso como su local, fue un golpe duro a la realidad. Me recordaba que nunca más podría volver a estar con Daichi, no sentiría sus abrazos, caricias ni sus besos. No me quedaría con él horas y horas admirando las nubes mientras él me decía que forma veía en ellas. Nunca podríamos volver a estar los dos juntos y solos en nuestro lugar favorito, nuestro lugar secreto. Simplemente nuestro lugar. Y dolía demasiado. Me apretaba y quemaba el corazón, quería arrancármelo y dejar de sentir este dolor que me mataba por dentro.

Viviendo un verano en OkinawaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora