CAPÍTULO 7| DOLOR DE ESPALDA

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CAPÍTULO 7

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DOLOR DE ESPALDA

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Alcé la mirada al cielo que se estaba tornando en colores naranjas y rosados, dando indicios de que estaba atardeciendo.

Me había pasado todo el día en la estación de tren sumida en mis recuerdos y pensamientos y sin darme cuenta, habían pasado las horas. Suspiré, seguro que mi madre y mi abuela me daban un sermón nada más entrar a su casa. ¿Cuándo comprenderían que ya no era una niña? No tenía que ser controlada por ellas.

Suspiré otra vez y me acaricié los brazos. Entorné mi mirada cuando vi al otro lado de las vías una mancha roja. Desde aquí no se podía ver si era una chica o un chico, pero creía que era un chico por su postura. Un chico que estaba hablando con un cuervo negro. Raro. El chico estaba sentado al igual que yo, con las piernas colgando del andén mientras hablaba con el cuervo que tenía al lado, que graznaba y movía la cabeza cuando él hablaba.

Aparté la mirada y me levanté del suelo. Era hora de volver a la casa de mi abuela, aunque eso fuera lo único que me apetecía hacer.

Me puse la sudadera de vuelta porque empezaba a refrescar un poco y no tenía ganas de pescar un resfriado en verano. Ya que estos eran horribles.

Volví a mirar a través de las vías, esperando encontrar a aquel extraño y raro chico, pero no encontré nada. Como si lo anterior visto hubiera sido una simple alucinación. No le di demasiada importancia y caminé por las silenciosas calles.

Había personas, pero no las suficientes como para armar el bullicio característico de las ciudades.

Cuando llegué a la puerta de la casa de mi abuela, suspiré y conté hasta diez mentalmente, hasta conseguir la paciencia y las ganas de afrontar a mi familia.

Abrí la puerta, y como me temía, mi madre saltó nada más verme.

—¿¡Se puede saber dónde has estado!? —inquirió con los brazos en jarra—. ¿¡Sabes lo preocupados que hemos estado!?

Puse los ojos en blanco y pasé por su lado, no sin antes quitarme los zapatos y dejarlos en la entrada.

—¡Arashi! ¡No me ignores! —gritó mi madre desde atrás mío—. ¡Te estoy hablando!

Pero la ignoré. No podía soportar a mi madre cuando se ponía de ese modo.

—Arashi, cielo. ¿Dónde has estado? —preguntó dulcemente mi padre.

Mi padre, mi abuela y mi tío estaban los tres sentados en distintos lugares del salón.

—Por ahí —me limité a decir.

—Arashi, tu tío te ha estado buscando por todos lados —reprochó mi madre. Yo me encogí de hombros—. Un poco más de respeto hacia la familia.

La verdad, estaba teniendo un mal día. Primero llegar a Okinawa aunque no quería, después el tema favorito de mi madre, más tarde repetir el mismo tema, pero con mi abuela y por último los recuerdos que me golpearon como puñetazos cuando llegué a la estación de tren. Ya estaba teniendo suficiente y mi madre no colaboraba.

Mi padre me miró a la cara, observando mis ojos rojos y comprendió que no estaba bien. Así que apoyó su mano en el hombro de mi madre y la hizo retroceder.

Viviendo un verano en OkinawaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora