Germán
Que ilusión. La vuelta al instituto. No existe cosa mejor, ¿a que no? A quién quiero engañar, no nos gusta a nadie. Sin embargo, algo bueno del instituto es que cada año conoces gente nueva. Y esa gente puede cambiar tu vida por completo, con una sola mirada.
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Estaba durmiendo plácidamente cuando la alarma de mi reloj empezó a sonar. Abrí los ojos. Recordé que tenía que levantarme y prepararme rápido para la presentación del primer día de instituto. Me apetecía lo más mínimo, pero también estaba ilusionado por saber cómo sería mi clase de ese año. Deseaba cualquier otra cosa a tener la misma clase del año pasado, aunque no tenía esa pinta; por lo que sabía nadie de mi clase coincidía conmigo.
Me levanté y desayuné como hacía cualquier otro día de diario. Me vestí y al rato me dirigí al instituto. Se me hizo raro el volver a la rutina y volver a empezar con las clases y exámenes. Al llegar allí esperé a que abrieran las puertas. Al dar un vistazo a la gente que esperaba conmigo vi alguna que otra cara conocida.
Finalmente, abrieron las puertas y salió la jefa de estudios a darnos las indicaciones de por dónde teníamos que ir y nos dijo que nos colocásemos donde estuviera el profesor con el cartel de nuestra clase. La mía era la G, fácil de recordar, teniendo en cuenta mi nombre. Pasé por el hall mirando a mi alrededor; seguía igual que siempre, salvo que habían quitado las decoraciones que estaban del curso pasado. Cuando llegué al patio busqué mi cartel y, al encontrarlo, me fui a colocar detrás de la gente que se encontraba detrás del profesor.
Primera opinión: somos todos los de francés.
Sí, casi todas las caras me sonaban de ir a francés conmigo el año pasado. También me di cuenta de otra cosa.
Espera... ¡¿No hay más chicos?!
Miré a mi alrededor y, en efecto, era el único chico que se encontraba allí.
Bueno, mejor, así tengo el ligar muchísimo más fácil.
Una sonrisa perversa se dibujó en mi rostro. Lamentablemente, al cabo de unos segundos desapareció al ver a otro chico colocándose detrás mía. Me di cuenta de que era Mario, uno que fue conmigo a alguna extraescolar en el colegio.
Bueno, no pasa nada. Creo que es gay.
Unos minutos más tarde, el profesor nos indicó que fuéramos entrando al edificio. Tras llegar a la última planta, nos dirigimos a la que sería nuestra clase por el resto del año. Antes de entrar, nos nombraron por orden de lista para sentarnos según ella. Cuando me senté, me fijé en que varios sitios seguían vacíos.
Durante los siguientes minutos, fueron llegando algunas personas, entre ellas, cosa que maldije, varios chicos. Tras un rato que me pareció interminable, entraron tres personas a la clase. Ninguna de ellas me sonaba, deberían de ser nuevos. La primera tenía el pelo negro y pecas, la segunda, el pelo rizado y ojos marrones, y la tercera...
Oh, shit.
Noté que mis latidos se aceleraban al ver a la tercera persona. Tenía unos ojos marrones tan brillantes, que el sol a su lado, se quedaba en una sombra; unos labios que solo de verlos, me daban ganas de besarlos, y el pelo recogido en una hermosa coleta.
Mientras se sentaban en sus respectivos asientos, me di cuenta de que me estaban temblando las manos.
Tranquilo, Germán. Ambos queremos llegar vivos a casa.
Sí, tienes razón. Respiré hondo e intenté tranquilizarme.
Mientras el profesor explicaba el mismo rollo de todos los años —las salidas, el horario y las optativas—, no dejaba de echar miradas a esa chica. Para mi muy pesar, no me las devolvió. Me fijé que que él y el chico de pelo negro hablaban entre ellos, por lo que supuse que ya se conocerían. Para cuando me quise dar cuenta, el profesor había terminado de explicar y nos estaba diciendo que ya podíamos irnos.
Cuando me levanté, lo único que quería era salir de allí antes de que me diera un ataque al corazón. Salí apresuradamente y sin querer me choqué con alguien. Vi que era Lucía, con quien también había coincidido en francés.
—¡Ten cuidado! —me gritó al chocar con ella.
La ignoré y me dirigí a las escaleras. Mientras bajaba, casi me tropecé en más de una ocasión por los nervios y estuve a punto de caerme. Cuando estaba a punto de salir de allí, y por ello, estar a salvo, una voz me llamó. Me giré y vi al chico de pelo negro de mi clase.
—Hola, ¿sabes dónde está el horario en la agenda? —me preguntó inocentemente
Confirmado: son nuevos.
—Ah, justo después de la parte gris —contesté.
Miré a mi alrededor y me llevé una decepción al ver que la chica no estaba con él. Cuando volví a centrarme en el chico me percaté de que me estaba mirando extrañado, como si no me hubiera entendido.
Ah, claro. No sabrá que la agenda está dividida en colores.
—Mira —empecé diciendo mientras cogía su agenda y abría la agenda por la página del horario—. ¿Ves? Aquí está —dije señalándose como si tratase con un niño pequeño, aunque no tuvieran muchas diferencias.
—Ah, gracias —dijo agradecido cogiéndola de vuelta.
Agradecí a cualquier santo que por fin me dejara en paz y seguí hacia mi camino a casa. Era incapaz de sacarme los ojos de la desconocida de mi cabeza. Imagínate si me hubiera llegado a mirar.
Al llegar a casa, me tumbé en mi cama y me puse a escudriñar el techo. Era incapaz de sacarme a esa chica de mi cabeza.
Si ni siquiera a sabes su nombre.
Sí, cierto. Me daba igual, estuve el resto del día sin poder pensar en otra cosa y cuando me fui a dormir al caer la noche, solo deseé que fuera lunes para volver a verla.
Nota del autor:
Todo lo que se relata en este libro es mera ficción, aunque tenga escenas basadas en la realidad.
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Amores de instituto
RomanceUna clase Alumnos con las hormonas a flor de piel Amoríos alocados ¿Que podría salir mal?