9. Corazón roto

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Germán

No sé en qué momento las cosas te torcieron tanto. Sabía que estaban pasando cosas en esta clase, pero nunca llegué a pensar que pasaría lo que llegó a pasar. Mis recuerdos estaban algo borrosos. Me pasé la mano por la mejilla izquierda; aún tenía la herida abierta. Mis piernas estaban temblando, al igual que mis manos. La soledad de mi habitación era mi única compañía.

     Javi está raro, no levanta la cabeza de la mesa y no escucha; es como si hubiera desconectado de la realidad. Leire y Silvia; estas dos saben algo, pero no me lo van a decir.

     Esos recuerdos me hacían sentirme culpable; podría haber evitado una catástrofe. Si tan solo no hubiera ido tras Iride...

     Javi... ¿A dónde vas? —recuerdo decir.

     —Javi, siéntate, por favor —dice el profe.
     Javi se dirige a la parte final de la clase, cerca de la ventana. No veo sus intenciones claramente, pero me levanto.

     «Fui un idiota, un idiota», me repetí una y otra vez.

     —Javi... ¿Qué estás haciendo? —pregunto, titubeando.
     Le veo temblar y levantar el brazo y abrir la ventana rápidamente.
     —¡JAVI! ¿¡Qué estás haciendo!? —pregunto, desesperado.
     Le veo apoyarse en el alféizar de la ventana, veo sus intenciones.
     —Javi, no hagas esto... —le intento convencer.
     Intento avanzar hacia él, pero las piernas se me han quedado inmóviles y soy incapaz de moverme. Quiero correr, alejarle de la ventana, impedir que haga una estupidez, pero no me muevo. Veo en su expresión que duda por un instante, pero no se aparta de la ventana. Sigue sin dirigirme la mirada.
     «¿Es que nadie va a hacer nada?», pensé.
     Veo a Javi impulsarse y subirse al alféizar de la ventana.
     —¡JAVI! ¡NO! —grito.
     De pronto, me mareo y noto que las piernas me fallan. Noto como me tambaleo y me caigo al suelo, perdiendo el sentido. Sin embargo, mientras caigo, una figura pasa a mi lado...

• • •

     Estaba en la enfermería, sentado en la camilla. Ya había recuperado la consciencia, pero seguía inquieto y preocupado. Nadie me había dicho nada, si Javi estaba bien o estaba... Solamente sabía que había perdido el conocimiento al ver a Javi intentando quitarse la vida.

     De pronto, se abrió la puerta y entró por ella la mejor persona que podría haber entrado en la habitación: Karyme.

     —Dios —dijo, mientras nos fundíamos en un abrazo.

     Me separé lentamente, preparándome mentalmente para la respuesta a mi siguiente pregunta.

     —¿Javi está... —se me entrecortó la voz.
     —No, está bien. Se lo han llevado sus padres a casa —me dijo.

     Noté como mi pecho volvía a respirar, como si hubiera estado durante todo ese tiempo encerrado en una jaula. Volví a abrazar a Karyme y dejé que el tiempo pasara.

     Cuando el enfermero me vio capacitado para irme, me dejó irme. Volví con Karyme a clase y al pasar por los pasillos, miré a los lados. Noté que no había ningún profesor dando clase, y había alguno que otro que me miraba con cara de preocupación, como si supieran lo que había pasado; normal, esto no es algo que ocurra todos los días.

     Al llegar a clase, todo el mundo se giró y salió corriendo hacia mí, a preguntarme sobre mi estado y sobre lo que había pasado.

     —Por favor, dejadle —oí decir a una voz conocida. Vi como la cara del profesor de tecnología, Jesús aparecía entre el gentío—. Germán, ven conmigo.

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