7. Yin-yang

46 4 2
                                    

Germán


     —Claro que quiero —dijo Karyme, esbozando una sonrisa de oreja a oreja.
     —¿Y te importa que lo sepa la gente? —pregunté.
     —Ah... La verdad, preferiría que no, pero si tú lo quieres decir, puedes decirlo —respondió.
     —Bueno, ya veré.

     Empecé a pasearme por la clase, tarareando alguna que otra canción, y saludando a la gente que iba entrando en la clase, cuando de pronto entró Javi. Me dirigí a él para contarle la gran noticia, pero me paré en seco al ver su expresión; se lo veía desanimado, iba caminando mirando al suelo, sin saludar a la gente, y me costaba ver cualquier expresión que no fuera negativa. Aproveché que Karyme estaba hablando con Noelia, y me senté en su sitio, esperándole. Observé como dejaba su mochila y se sentaba lentamente, y como se quedaba mirando al vacío con los brazos cruzados.

     —¿Hola? —no me respondió—. ¿Estás bien?
     —¿Eh? —parecía perdido— Ah, sí. Estoy bien.

     —¿Seguro? No lo parece —vi que no contestaba, así que decidí usar uno de mis trucos psicológicos— Bueno, entonces te dejo en tus pensamientos. Cuando quieras hablarlo me avisas.

     Hice el amago de irme, pero me quedé  esperando. Justo noté como Javier me agarraba del brazo, pidiéndome quedarme.

     —Entonces, ¿qué te pasa? —pregunté, alegrándome de que hubiera funcionado.

     —Pues... Verás, el otro día salí a dar una vuelta por el barrio, y al sentarme en un banco de un parque, vi a Mario paseando de la mano con Dani, y lo sentí como diez puñaladas en el estómago.

   —Vaya... —me quedé sin palabras; nunca me había visto en esa situación—. ¿Pero estás seguro de que eran ellos?
     —Sí —contestó, mustio.

     Como si hubieran oído nuestra conversación, entraron por la puerta Dani y Mario.

     —Ves, si es que hasta vienen juntos a clase —oí gemir a Javier.

     Genial, cómo se nota que en el mundo tiene que haber equilibrio; mientras unos están en las nubes y triunfando en el amor, otros sufren viendo al resto desde abajo. Me quedé haciendo compañía a Javi hasta que vino la profesora y tuve que irme a mi sitio. Entonces, tuve una idea.

     La profesora de esa hora era Bea, nuestra profesora de mates, y de hecho nuestra tutora. No he visto mejor tutora para pasar el rato; era súper enrollada y podías hablar con ella de lo que quisieras. Me levanté y me acerqué a su mesa.

     —Hola, Bea —la saludé.

     —Hola, ¿qué tal? —respondió con tono amable, mientras sacaba sus cosas de su mochila.

     —Bien —respondí—. Una pregunta, ¿podrías cambiarme al sitio que está entre Javi y Karyme? Desde mi sitio no veo bien —dije.
     —Mmm —se quedó mirando los sitios, reflexionando—. Está bien. Te dejo hoy de prueba —dijo al final.
     —Genial, gracias —dije sonriendo.

     Cogí mi mochila y mis cosas y los puse en mi nuevo sitio. Javi se extrañó al verme.

     —No te preocupes, a partir de ahora voy a estar aquí para lo que necesites —le dije.
     —Gracias —dijo, sonriendo un poco.

     Empezamos la clase de mates, y prosiguió sin ningún percance. Fue entonces, cuando me giré a mi izquierda para ver a Daniel y a Mario, los cuales, *casualmente*, se sentaban juntos.

     No vi ningún indicio de que hubiera algo entre ellos, sin embargo, sí que vi que muy frecuentemente se decían algo al oído y se empezaban a reír por lo bajo. Y entonces les pillé; en uno de sus chistes, Dani apoyó la mano sobre la de Mario, el cual se apartó rápidamente y le lanzó una mirada de advertencia, para luego mirar a su alrededor y comprobar que nadie les había visto.

     Rápidamente, hice como si estaba viendo algo inexistente en la mesa y jugando con el boli. Afortunadamente, no se dio cuenta de que los estaba mirando. Al rato, la profe mandó un par de ejercicios y sonó el timbre, indicando el cambio de clase, así que me giré hacia Javi.

     —Oye —empecé—, tengo que decirte algo. De verdad que lo siento mucho, pero creo que sí que son algo, los he pillado dándose la mano.
     —Si es que lo sabía —Javi se hundió en su silla.
     —¿Y por qué no hablas con él en el patio? Créeme, es lo mejor que puedes hacer. Y que te explique por qué lo ha hecho.
     —Sí, y que me joda más —se quejó.
     —No, porque puedes luego reprochárselo y hacerle quedar como el malo y que le siente mal —dije.

     Vi como la cara de Javi cambiaba de una expresión triste, a una sorprendida y, finalmente, a una malvada.

     —No es mala idea. Está bien, lo haré —dijo al final.

     Jamás tendría que haber hecho eso, no sé qué se me pasó por la mente. Si pudiera, ¿haría que nunca hubiera pasado? Nunca lo dudaría.

• • •

Javier

Allá voy.

     Me encontraba en el patio, de camino a lo que una vez fue un lugar bonito para mí. Allí se encontraba, como todos los recreos, junto a la pared. Al verme, vi como se acercaba a mí y levantaba un brazo para ponerlo detrás de mi cuello, pero lo rechacé de un manotazo.

     —¿Qué tienes con Dani? —pregunté, sin rodeos.
     —¿Qué? —se hizo el sorprendido—. No sé de qué me hablas.
     —Os vi ayer paseando de la mano. Y hoy en clase os la habéis dado de nuevo —le dije, furioso, apuntándole al pecho con un dedo y haciéndole retroceder contra la pared.

     Se quedó anonadado durante unos segundos; estaba claro que no estaba preparado para ser descubierto.

     —Me has utilizado —seguí—, solo para besarte con alguien. ¿Acaso Daniel lo sabe? Lo dudo. Ahora voy a ir a él y le voy a contar absolutamente todo y...
     —Dani ya lo sabe —dijo de pronto.
     —¿Q-qué? —pregunté de forma automática.
     —Sí, de hecho lo sabe desde el primer momento —su expresión cambió a una malvada y burlesca y vi como se acercaba a mí y me hacía retroceder—. No tienes ni idea de lo que nos reíamos de lo patético que eras. ¿Acaso te creías que teníamos algo? Jamás. Porque estás, y siempre estarás solo. Lo nuestro no era nada, absolutamente nada. Solamente quería reírme de alguien y tener algo de que hablar con Dani —carraspeó—. Bueno, creo que ya he terminado, me voy con mi verdadero novio —terminó, poniendo énfasis en las dos últimas palabras.

     Me quedé en mi sitio sin reaccionar. Cada una de esas palabras había sido una bala disparada a mi pecho. Cuando me quise dar cuenta, Mario ya se había ido y yo me encontraba solo, con lágrimas corriendo por mi cara.

     Maldecí lo idiota que había sido para dejarme engañar tan fácilmente, a Mario y a Daniel y al momento en el que pensé que podíamos tener algo. En mi mente aparecieron Dani y Mario y los veía riéndose de mí y señalándome con el dedo, diciendo «Idiota, idiota» una y otra vez. Me caí de rodillas al suelo y me quedé allí, perdido en mis pensamientos y lágrimas.

     Fue cuando noté que alguien me tocaba el hombro, así que me aparté rápidamente, pero me tranquilicé al ver que se trataba de Germán. Me ayudó a levantarme y cuando me sostuve en pie me abrazó fuertemente.

     —Cuando estés listo, me cuentas lo que ha pasado —me dijo, con tono tranquilizador.
     —Gracias —conseguí pronunciar.

Nota del autor:
Hola, ¡cuánto tiempo! Llevaba sin tocar el libro desde noviembre, pero estoy de vuelta :) Como siempre, si veis faltas, agradecería que me las dijerais. Byee

Amores de institutoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora