Germán
Mis dedos se deslizaban con fluidez sobre las teclas del piano. Cada una de estas se juntaba con la siguiente para dar forma a una balada triste. Me había encerrado en la planta de arriba para poder tocar y llorar en tranquilidad. Mis padres ya se habían enterado de la noticia y me habían dejado desconectar del mundo. Para mí, tocar el piano era una forma de decir lo que no podía con palabras, una forma de desahogo. Mientras tocaba, toda la escena se repetía una y otra vez en mi cabeza: Javi levantándose, acercándose a la ventana y subiéndose a ella, yo yendo a por él y mi desmayo. En ese momento me di cuenta de mi error; no había preguntado quién había salvado a Javi. De pronto, un zumbido seguido de una canción estruendosa me hizo volver a la realidad: mi móvil estaba sonando. Vi la pantalla; me estaba llamando Iride. Me extrañé, pero lo cogí.
—¿Hola? ¿Pasa algo? —pregunté.
—Ah, eh... Sí, sí pasa —me dijo.Entonces, me empecé a preocupar.
—¿Tiene que ver con Javier? —fue lo primero que se me vino a la mente.
—No, no exactamente. Verás... —pasaron unos segundos, en los cuales estuve a punto de decir algo, pero Iride habló primero— Karyme me ha llamado. Me ha preguntado sobre el beso.
—Espera... ¿De qué? —no se me ocurría cómo se había enterado— Un momento... —necesitaba confirmar que había oído bien— ¿Del... beso?
—Sí —contestó.No, no. Esto no.
—¿Cómo se ha enterado? —pregunté. Noté un nudo en la garganta.
—No lo sé. Solamente me ha llamado para confirmarlo.
—¿Y qué le has dicho? —tenía esperanza de que aquello solo fuese un mal susto.
—Le he preguntado que cómo se había enterado.Eso ya vale como confirmación.
—Mira, no pasa nada. ¿Qué ha dicho luego? —pregunté.
—No dijo nada. Intenté explicarle lo que había pasado en realidad, pero no contestó. Me pareció oírla llorar, pero no entiendo por qué. ¿Tú lo sabes? —preguntó.
—Sí. Karyme y yo estábamos saliendo. —contesté en un suspiro.Oí a Iride soltar un grito ahogado.
—Dios mío. Lo siento mucho, de haberlo sabido jamás... —empezó a decir.
—No, no —la corté—. La culpa es mía por no habértelo dicho en el momento.
—Dios, pero ahora me siento mal —la oí quejarse.
—Iride, no te preocupes. La culpa es mía y solo mía —la tranquilicé.
—Ahora lo entiendo todo —siguió.
—Iride —la regañé—. Mañana en el insti lo hablaré con ella y lo solucionaré. A ti no te caerá nada de culpa.
—Vale, gracias. Bueno, adiós —y colgó.Resoplé. Ahora todo se había ido más a la mierda. Estábamos todos cayendo uno por uno. Pensé en llamar a Karyme y explicárselo, pero no me lo cogió; normal, estaría destrozada. Me empecé a estresar mucho. Tenía que decírselo de una forma u otra. Entonces, me di cuenta de que no sabía dónde vivía la que había sido mi novia durante... Espera... ¿ME LO HABÍA PEDIDO ESE DÍA? Vaya... habían pasado muchas cosas en tan poco tiempo, que no podía procesarlas todas.
En ese momento, sonó mi móvil. Lo cogí, esperanzado de que Karyme me estuviese llamando, pero en vez de eso, vi el nombre "Madre Javier" —la había guardado un día que Javier usó mi móvil para llamarla— en la pantalla. No dudé ni un segundo en coger.
—¿Hola? —dije.
—Hola, Germán. ¿Qué tal estás? —noté un tono de voz bastante bajo.
—Destrozado, pero no creo que esté peor que vosotros. ¿Cómo está? —pregunté.
—Se ha encerrado en su cuarto y se niega a hablar. Solamente niega con la cabeza a todo. Habíamos pensado que tú podrías hablar con él —explicó.
—Sí, claro. ¿Voy ahora? —pregunté.
—Claro. Espera, que te doy el portal y el piso —dijo.
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Amores de instituto
RomanceUna clase Alumnos con las hormonas a flor de piel Amoríos alocados ¿Que podría salir mal?