Parte 12

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Conduzco las cincuenta millas de pésimo humor.

Esta mañana hemos desayunado juntos y, cuando nos hemos despedido, Beomgyu me ha dado un abrazo fuerte, íntimo, de esos que se aprietan con el alma.

No he terminado de encontrarle significado, pero cuando se ha apartado, quien me ha mirado desde sus ojos es el mismo chico guapo, sexy y generoso a quien he estado amando toda la noche.

El GPS me hace detenerme en una casa muy apartada, en medio de los bosques que rodean el norte de mi ciudad. Está rodeada por una tapia alta, cubierta de maleza, que la hace casi invisible, pero la férrea cancela de entrada habla de un buen sistema de seguridad.

Llamo al interfono y digo mi nombre, como me ha indicado Beomgyu.

—Soy Yeonjun.

De inmediato comienza a deslizarse el portalón hasta ser engullido por la pared.

Al otro lado hay un jardín espacioso y un tanto asalvajado. Es como si el bosque continuara aquí dentro. Solo la piscina y sus alrededores tienen el mismo aire civilizado de la casa, una construcción racional de líneas rectas, cristal y cemento, un tanto Wright, a dos alturas.

Un hombre sale de la casa para venir a mi encuentro. Es de mediana edad, cuarenta y algo, quizá. Tiene una sonrisa amable, sincera, y es realmente guapo. De cálidos ojos azules que contrastan con su cabello castaño, salpicado de canas. Pantalones holgados y una camisa amplia con cuello de tirilla.

—Aparca donde quieras —me indica—. Tú eres el último.

Asiento y me dirijo a donde hay otros tres coches estacionados, junto a la tapia. Cuando bajo, ya está a mi lado.

—Me alegro de que te hayas decidido a venir. Beomgyu me ha dicho que has empezado hace poco en el camino —me tiende la mano—. Soy Hyunjin.

Es la persona de quien me ha hablado, el que organiza todo esto. Se la estrecho. Él me mantiene la mirada. Sus ojos son tremendamente transparentes y hacen que me sienta cómodo de inmediato.

—Ven, te presentaré a los demás.

Me quita el macuto de la mano y vamos al interior de la casa.

Se accede a un salón que se ve desde fuera. Un espacio grande, con varios ambientes muy bien elegidos.

Cuento hasta seis hombres, que conversan relajadamente, unos recostados en los sofás, otros en el suelo con las piernas cruzadas, el más joven está apoyado contra la única columna que sostiene el techo.

—Él es Yeonjun—anuncia Hyunjin.

Seis pares de ojos se vuelven hacia mí, pero tampoco me hacen sentir incómodo.

—Yo soy Taehyun y él Wooyoung—me indica un chico de mi edad, de excelente forma física, que lleva el cabello rapado y solo muestra una especie de cresta que va desde la frente hasta la nuca.

El que está al otro extremo del sofá, el tal Wooyoung, es más joven, veintipocos, y lleva el cabello muy corto. No tiene puesta la camiseta, solo unos pantaloncitos de correr. Es delgado, pero pura fibra.

Me acerco y les estrecho la mano, primero a uno y después a otro.

—Soobin— me la tiende otro de ellos y yo también se la estrecho. Es un tipo alto y fuerte, con el cabello largo y rubio, parece un vikingo—. Y ellos son Jungwon y Heeseung.

Se refiere a los que están sentados en el suelo.

Jungwon es asiático, por sus rasgos debe ser de ascendencia coreana.

Parece uno de esos actores de las series que tanto éxito tienen. El otro, Heeseung, tiene aspecto eslavo. No es guapo, pero sí muy fuerte y con un aire viril, casi marcial, que expele masculinidad.

—Y yo soy Jeongin.

El que acaba de hablar es el chico que se apoya en la columna. No creo que llegue a los veinte. Es muy guapo, el que más, de intensos ojos verdes, y cabello claro y rizado, de un color muy parecido al de la miel.

Cuando le tiendo la mano me sonríe. Dientes blanquísimos y un par de hoyuelos que lo hacen muy apetecible.

—Nos preguntábamos cómo serías —me dice.

—Espero no haberos decepcionado demasiado —bromeo.

—Has superado mis expectativas —y me guiña un ojo.

Hyunjin se acerca y me pone una mano sobre el hombro.

—Ya hemos repartido las habitaciones. Las echamos a suerte en cuanto llegamos, por si alguien quiere descansar o darse una ducha. Todas tienen cuarto de baño y una escalera exterior de acceso al jardín y la piscina.

Lo sigo escaleras arriba. Mientras asciendo, el resto continúa donde estaba, en las mismas conversaciones, donde hay sonrisas y comentarios amables. Todos menos el chico joven, que me mantiene la mirada hasta que desaparezco de su vista.

La planta de arriba es igual de cómoda y espaciosa. Un distribuidor central recoge cuatro puertas que supongo son habitaciones. Abre una de ellas y entramos. El centro lo invade un tatami japonés ocupado casi en su totalidad por un futón, grande, quizá de dos por dos, y aun así hay bastante espacio alrededor.

—Ahí está el baño —indica Hyunjin—. No sé si querrás descansar un poco o darte una ducha antes de bajar. Empezaremos en media hora.

—Necesito refrescarme —le digo—, vengo directamente del trabajo.

—Perfecto. Si necesitas más tiempo no hay ningún problema. Cuando estés listo. ¿Has traído pareo?

—¿Pareo? —No sé a qué se refiere.

—Se le habrá olvidado a Beomgyu decírtelo.

Abre una de las puertas del ropero y deja sobre el futón un par de telas dobladas, una roja y otra azul. Parecen suaves y están rematadas con flecos.

—Es todo lo que llevamos en las sesiones y, supongo que ya sabes que nos durarán poco tiempo puestos.

Asiento y trago saliva. Esto tampoco me lo ha contado Beomgyu.

—Recuerda que no tienes que hacer nada que no quieras —me aclara, como si eso fuera lo que necesito—. Todos lo entenderán.

Me doy cuenta de que ahora sí necesito todo el tiempo del mundo, porque no tengo muy claro qué mierda hago aquí.

Pienso en Beomgyu y lo echo de menos. Quizá ahora estaría con él, dentro de él.

—Te veo en un rato —Hyunjin ya se dirige a la puerta, cuando veo una mochila sobre uno de los pubs.

—¿Las habitaciones son compartidas?

Él asiente.

—Sí, la casa solo tiene cuatro, pero es de entender porque todas son así de espaciosas. Por eso sorteamos las parejas que las ocuparán. Como ves, no hay camas individuales.

Aquello me desconcierta aún más, porque una habitación propia, como decía Virginia Wolf, es un espacio seguro cuando quieres estar a salvo.

—¿Y quién me ha tocado a mí? —me atrevo a preguntar.

Él sonríe antes de Salir.

—Jeongin, el chico más joven, el que ha estado a punto de comerte con los ojos.

Experimental 《Yeongyu》Donde viven las historias. Descúbrelo ahora