Parte 9

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He dormido del tirón, como hace mucho que no recuerdo, me he levantado pensando en Beomgyu, y con una sonrisa de satisfacción que me ha parecido que alguien que no era yo se estaba asomando al espejo.

Pero a eso le ha seguido otra mañana de mierda donde los clientes abusan de su posición y mi jefe se empeña en que debo echar algunas horas más para llegar a mis objetivos.

Karina me ha mandado un mensaje en algún momento y hemos quedado para almorzar en Elementary. Es un restaurante vegano, a medio camino entre su oficina y la mía. Uno de esos donde los alimentos tienen el aspecto de otros que aquí están proscritos, como hamburguesa de soja y fingers de calabaza.

Llego un poco antes y aprovecho para aclarar mi cabeza, mientras me tomo una cerveza de malta tostada.

Tengo amigos gays, un primo casado con un hombre y mi casera es transexual. Nunca me he sentido incómodo ni extraño en ese ambiente y, cuando tres cervezas de más o en una salida por el barrio alegre de la ciudad, nos ha hecho parar en bares de ambiente, me lo he pasado genial.

Si hasta ahora no he estado con ningún hombre es porque no me han interesado, porque oportunidades las he tenido a puñados. En el gimnasio me han tirado los tejos montones de veces y un compañero de trabajo me regaló bombones y se me declaró.

¿Por qué Beomgyu? No lo sé.

¿Por qué ahora? Tampoco.

Pero el caso es que no sale de mi cabeza, y la mayoría de las veces es imaginando tan cantidad de guarradas con su cuerpo que hasta a mí me hacen sonrojar.

—Se me ha atascado un balance. Siento el retraso.

Karina me da un beso y se sienta a mi lado. Un par de tipos, unas mesas más allá, se han quedado mirándola, después han cuchicheado entre ellos.

Es normal, está como un tren y cada poro de su escultural cuerpo desprende sensualidad.

—¿Vas a pedirte el entrecot de berenjenas? —Tenemos escasos treinta minutos para comer, no hay tiempo que perder.

—No sé —contesto—. Cualquier cosa.

Me mira extrañada desde detrás de la carta, pero el camarero llega en ese preciso momento y ella pide por los dos. Cuando quedamos solos me doy cuenta de que me observa con suspicacia.

—¿Qué te pasa?

—¿Por qué piensas que me pasa algo? —contesto.

—Jamás me has dejado pedir por ti.

—Siempre hay una primera vez.

El camarero trae su bebida y me salvo un instante del interrogatorio. Le pregunto por ese balance atascado y consigo que se desahogue, pero en cuanto observa que se me pierde la mirada, ataca de nuevo.

—¿Tiene que ver con lo de Eve? Con que tu monitora favorita te haya abandonado.

Karina tiene una intuición afilada. Por eso es tan buena en lo que hace, como analista de mercados. He decidido que voy a decirle la verdad.

Siempre lo he hecho. Nunca la he engañado hasta esta noche. No sé si el calentón que tuve con Karina la primera sesión cuenta como cuernos, pero creo que no.

—He encontrado sustituto —digo al fin.

De nuevo me salva el camarero, que trae un par de platos que no sabría decir en qué consisten. Pero esta vez, en cuanto desaparece, Karina continúa donde lo dejamos.

—¿Y cuándo me lo ibas a decir?

—Esta noche, supongo. Contaba con que te quedarías en casa.

Sonríe, pero solo lo hacen sus labios. Me doy cuenta de que se huele algo, aunque no termina de convertirlo en palabras.

—¿Al final te has decidido por vinyasa?

Ahora o nunca.

—He dado un par de sesiones de Tantra.

Suelta el tenedor y el cuchillo sobre el plato, y me mira sorprendida.

—¿En serio?

Me encojo de hombros. Me parezco bastante a un buen chico en mi actitud.

—Está dentro de la oferta que ofrece mi centro —me excuso.

—No sé nada sobre Tantra, pero me suena a sexo.

Bajo la cabeza y continúo comiendo. Ante un comentario como ese siempre hay que decir algo, cualquier cosa que aleje la más mínima sospecha. Pero yo me he callado, y Karina lo capta al instante. Lo sé sin mirarla si quiera. Porque no ha vuelto a coger los cubiertos, y permanece expectante.

—¿Me vas a explicar qué tal han ido?

—Genial. Hoy he dormido de miedo.

Sonríe de nuevo, solo con la boca, una vez más.

—¿Sois muchos?

—He optado por clases individuales.

—¿El profesor es chico o chica?

—Es un tío.

—Me quedo más tranquila.

Y yo permanezco callado de nuevo, con la mirada clavada en el jodido pastel de lo que sea, que sabe a caballa pero que sé que solo son vegetales aliñados con salsas exóticas.

Cuando al fin alzo la vista, Karina la tiene clavada en mí. Está muy seria, como corresponde a alguien a quien la idea de que su novio la engaña, la engaña con otro hombre, empieza a tomar forma en su cabeza.

—He de quedarme tranquila, ¿verdad?

No tiene sentido alargarlo más.

—Solo ha sido una vez —confieso.

—¿Me has engañado con un tío? —alza la voz, y los dos gilipollas de la mesa cercana se nos quedan mirando.

—Pasó, y ya está —me defiendo.

No reconozco la expresión que hay en su rostro. Es una mezcla entre enfado, decepción y rastros de incredulidad.

—¿Por qué me lo cuentas? —Sé que no lo comprende—. No tendría por qué haberme enterado.

Si ahora digo que Karina y yo no estamos bien desde hace tiempo podrías pensar que es una jodida excusa, pero es así. Nos unen unos buenos polvos y hablar del trabajo. Fuera de eso no existen puntos en común.

—Quizá deberíamos tomarnos un tiempo —le propongo.

—¿Estás cortando conmigo? ¿Cortando conmigo por un hombre?

Los dos tipos de la jodida mesa nos miran con descaro. Me entran ganas de ir para ellos y darles un par de hostias, pero tengo que resolver esto con el menor daño posible.

—Solo un tiempo —aclaro—. Esto me está volviendo del revés y no quiero hacerte daño.

Karina se pone de pie. Está muy alterada. Creo que si le hubiera puesto los cuernos con otra no se habría enfadado tanto. Arroja la servilleta sobre la mesa, y me temo que va a echarme por encima su casi intacto vaso de cola zero.

—Vete a la mierda —ahora es medio restaurante quienes están pendientes de nosotros.

Sé que no puedo defenderme, así que suelto una gilipollada.

—Sabía que te pondrías así.

—Si yo te hubiera engañado con una mujer, ¿qué habrías hecho tú? — me reta.

Lo sé, soy una mala persona, porque de imaginarme a Karina con otra mujer retozando en la cama, instintivamente, me humedezco los labios.

—Eres un mierda. —Se ha dado cuenta—. No quiero verte más. Mandaré a una amiga a por mis cosas.

Y me deja solo, mientras pienso que soy la peor persona del mundo y me merezco lo que ha hecho.

Experimental 《Yeongyu》Donde viven las historias. Descúbrelo ahora