שֵׁשׁ

232 14 9
                                    


Las mañanas siguientes son más rápidas, se acaban en un parpadeo.

Qin yace acostado en su cómodo asiento, observando a través de la ventana esos agradables colores rosados pintar el cielo, bañando su capital que recién despierta, con una luz vibrante, casi fantasiosa. Y aunque solo puede ver techos limpios, imagina a esclavos deambular por las calles, empezando por su interminable lista de tareas diarias para complacer a quienes son amos y señores.

Después escuchará el estruendo matutino de palacio que, si fuera a comparar con esa mansión de antaño, apenas puede escuchar un bullicio silencioso fuera de sus lujosas estancias, diferente a pasos contra madera hueca, tan cerca que resultaba irritante, peor cuando plebeyos entraban con pleno libertinaje a su tosca y fea habitación oscura, compartida para colmo con sus hermanos menores. Nunca olvidará esos momentos carentes de encanto, su niñez que se sentía tan preciosa solo por las mentiras de su madre y padre.

—Buenos días, Alteza— despierta de los turbulentos juicios contra situaciones pasadas en cuanto escucha la voz del omega encima suyo— ¿Su Alteza?— amapolas silvestres, apreta ese cuerpo contra el suyo buscando paz— Alfa...— mima la marca de pertenencia con sus labios, ese aroma es ancla para no enloquecer—

—El mercado— murmura, más para sí mismo que para su acompañante, quien aún adormecido, se aferra complacido por la inesperada atención— será otro día ajetreado, Hermes...

En unas cuantas horas el mercado estará abastecido y se va a mostrar en todo su esplendor, cosa que hizo para animar un poco la llegada de su hermano mayor, quien debido a contratiempos en el camino, no pudo estar presente para despedirse de sus pajaritos. Temido dragón aunque mucho más dócil en manipular a comparación del león dorado, que más parecía cabra melodramática al no querer acatar órdenes directas del emperador, se burla internamente por imaginar al imponente Leónidas de manera tan ridícula.

Y unos cuantos minutos pasan, abandona completamente sus divagaciones irrelevantes, levantándose con su omega en brazos, el buen humor se había recuperado. Entretienen en jabones y aceites perfumados ordenados al borde de la amplia bañera, contemplan figuras talladas en paredes de mármol y ambos piensan que ningún reino tiene para competir contra tal opulencia.

—¿Va a recibir a su majestad?— pregunta, mirando cantidad de sirvientes entrar y salir; preparar el baño, traer ropa, aperitivos, incluso algunos papeleos rápidos para ahorrar tiempo que cada vez era más limitado—

—Me encantaría, pero aún no sé qué hacer con mis invitados— retirándose cualquier prenda se adentra en el agua templada, estirando otra vez los músculos que aún se sentían tensos— además, sus omegas estarán encantados de tenerlo en casa luego de estar fuera por tantos meses— quizás lo vería mañana o en la noche si alcanza tiempo para una cena familiar— necesito ideas— releyendo por enésima vez el listado de datos de Belcebú—

—¿La consejera Chun Yan no mencionó nada al respecto?— arrodillándose tras de él, coloca una deliciosa loción en sus cortos cabellos castaños— escuché que tenía planes para Gregori— masajea tranquilo hebras desiguales, viendo sobre su hombro interminables párrafos—

—Gregori no puede casarse con un Alfa regente, aún es joven e inexperto, pero Chun Yan insiste en comprometerlo con Odín— era similar con Kojiro, no nacieron para ser consortes competentes, sino compañeros que sean capaces de contener un Alfa influyente, deshacerse de los obstáculos, construir paso libre e informar correctamente tras la máscara de total sumisión—

—El rey es un Alfa mayor y su única esposa también, presentarle al duque no es mala opción— aunque no creía que lo valiera por un reino que se encuentra en la otra punta del mapa, estaba casi finalizando el mundo, tan perdido como el imperio Takamagahara— siempre será bienvenido un omega de sangre real, saludable y fértil en cualquier corte, Alteza

𝕬𝖒𝖇𝖎𝖈𝖎𝖔́𝖓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora