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Ese mismo día, cuando llegó la décima vigilia, Kyojuro salió de su pieza y se encaminó hasta la sala de los Emperadores no sin antes comunicarle a sus guardias donde estaría.

—Entonces debemos acompañarlo, señor. —mencionó uno de ellos.

—¿Es necesario? —se apresuró a decir -, No quisiera levantar sospechas, mucho menos a majestad.

—Nuestro deber es protegerlo y acompañarlo donde requiera, en su caso, nuestro señor estaría más que encantado por ser nosotros sus vigilantes. —contestó el otro.

Kyojuro se lo pensó unos instantes, no quería resaltar demasiado con ambos soldados con armaduras reflectantes. Contrario a ello, ambos tenían un punto a su favor, a Soyama le gustaría que lo acompañaran. Sobretodo que, aún no lograba ganarse a la gente.

—Esta bien, procuren no hacer mucho ruido.

Los soldados se vieron con una mueca extraña que Kyojuro no supo decifrar ¿Por qué todos hacen caras raras en su presencia?

Seguidamente, continuaron con su andar hasta ubicar la sala de los Emperadores, los soldados entraron en pánico por permitir el acceso al Empetutriz, que, por mero protocolo, los recién llegados a la corona tienen prohibida la entrada a ella.

Aún que, si el Empetutriz sabía de aquella habitación significa que alguien más lo había guiado a ella, fue así como rogaron a todos sus dioses para no recibir un castigo por está situación.

Kyojuro abrió la puerta de madera y se adentró a la gran pieza, dio diversas vueltas sobre sí mismo para después sentarse en el suelo, junto en el centro de todos los recuadros. Ahí podía ver cada uno sin perder detalle. Todos mantenían características similares, posición orgullosa y reta, miradas serenas junto con intimidación por parte de los hombres y un rostro dulce por parte de las mujeres.

Un cuadro en específico llamó su atención, eran dos hombres, ambos sonriendo con las mejillas sonrosadas. Como si fuera el día de su boda, lástima para él que ni siquiera se casó con alguien a quien amase. ¿Habrá sido lo mismo con ellos? ¿O con algún otro matrimonio de toda la sala?

Mientras se sumergía en sus pensamientos rodeado de sus —ahora— familiares, sus guardias quedaron afuera para cuidar de Kyojuro, pero al mismo tiempo revelaban que no le impidieron el paso. Estaría bien y mal por ambas partes.

Del otro lado del castillo, justo a unos metros de distancia de la alcoba de Kyojuro, Soyama y Douma se encontraban charlando amenamente sobre el largo día del Consejero.

Hacía muecas exageradas y poses raras para que Soyama entendiera su punto, casi como contando una extraña anécdota donde Douma salía como la víctima en vez del perpetrador de alguna situación.

—Oh, además, le enseñé la Sala Memorial al Empetutriz.

Soyama, que estaba por quitarse el enorme saco que suele portar, detuvo sus acciones y volteó a ver furioso a su Consejero, Douma solo le miraba con una sonrisa vacía y su maldito abanico en movimiento.

—¿Qué hiciste?

—No le vi nada de malo, señor, solo le mostré el significado de nuestro logo y porqué estamos asosiados a la nieve aún sabiendo que nuestro clima es cálido.

—Conoces el protocolo, Douma. —se acercó a su Consejero mientras cerraba fuertemente los puños—Rengoku no puede ver la sala hasta que yo lo ordene mediante mi visita con él. Se supone que yo lo debo presentar a mis familiares. —mencionó exaltado.

—No sabía de qué otra forma explicarlo, mi señor. Por eso decidí enseñárselo, pero le menciono que no le conté nada más que nuestra unión con la nieve.

Sacrificio de amor {AkaKyo} HiatusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora