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En las lejanías norteñas del Japón antiguo, existió división territorial segmentada por un reino y un imperio.

El primero llevaba por nombre el Reino del Sol, ubicado en la primera mitad del país y dónde se asomaba el primer rayo de luz, tenía una gente prospera que se dedicaba a las artesanías y ganadería, la recolección de fruta, así como la fabricación de ropa y joyería de materiales no costosos.

Del otro extremo, donde la luna siempre aparecía primero, estaba el Imperio de la Luna, las leyendas cuentan que, dentro del territorio solo se hallaba dolor, angustia, pena y muerte; la gente era violenta y eran maestros en la caza junto con la elaboración de ropa con base en la misma piel de sus presas.

También se cuenta que, en el Reino del Sol siempre hace un clima cálido subhúmedo, y que en el Imperio de la Luna está cubierto por nieve.

Sin embargo, entre estos dos territorios existe una guerra que se ha extendido hasta los doscientos siglos, siendo el Reino del Sol el más afectado; según los allegados al Rey, sus pérdidas humanas eran reflejo de lo inexpertos en batalla que eran, siendo los Lunayamas bárbaros en combate, era notoria su desventaja al solo portar espadas que nadie sabía manejar.

¿Cómo se llegó a este infame resultado, cuando ambas partes monárquicas tenían relaciones mercantiles y textiles prósperas?

Nadie lo recuerda, por tanto, nadie quiere seguirla.

—¡Debemos hacer algo, majestad! —decía el Coronel Tengen en una de las reuniones semanales para manejar la situación de guerra.

—Nuestras bajas no hacen más que aumentar, ¡Mi hijo mayor casi no sale vivo de aquella feroz batalla en las llanuras! —recalcaba el Duque Shinazugawa mientras se limpiaba los ojos por las lágrimas que comenzaron a brotar de ellos.

Prontamente, toda la enorme sala comenzó a llenarse de quejas, el Rey, afligido, miraba con suma tristeza el resultado de las peleas sin sentido que sus ancestros habían efectuado, por no decir comenzado.

Acomodando su cabello hacia atrás, donde su corona pueda de servirle de una especie de diadema, el Rey se coloca de pie y mira con decisión a sus hombres.

—Si tienen una solución para la detención de este suplicio, los escucho.

Las respuestas nunca llegaron; cerrando los ojos y puños con profunda frustración, el Rey no hace más que caer en su cojín golpeándose la espalda baja, aunque, a su parecer, su dolor es mediocre al compararlo con su pueblo que no hace más que perecer.

Por eso mismo se siente inútil, un adorno "importante" que solo calienta una hermosa y lujosa almohada de seda.

La Reina, quien permanecía alejada de todos en un rincón, corrió hasta su esposo y lo acunó en su pecho.

—Yo tengo una propuesta, si me dejan opinar.

La voz del Duque Enmu, un enviado del Imperio de la Luna desde hace varios meses para poner fin a la guerra, ha llamado su atención.

Todos los nobles pertenecientes al Reino lo miran con mucha duda, si bien el Duque no ha hecho nada malo en su contra y solo es un apoyo de estrategias pacíficas, no pueden darse el lujo de confiar ciegamente en él.

El Duque Shinazugawa aprieta con fuerza la mandíbula y mira con piedad al Rey para sacarle toda la información posible antes de que la guerra vaya a más duración por su culpa.

—Díganos, Duque. —contesta el Rey.

Enmu sonríe de forma dulce, se levanta de su cojín y hace una reverencia.

—Verá, su majestad—dice, mientras coloca sus manos hacia atrás por respeto —, mi señor ha estado intentando buscar una manera de hacer perdurar su poder, sin embargo, no ha surgido alguien digno para cumplir su deseo.

La Reina, temiendo interpretar correctamente la idea, toma a su esposo de las largas mangas de su kimono y su mirada adquiere una mueca de espanto.

El Rey traga saliva con mucha fuerza que incluso los mas cercanos a él pudieron escuchar la acción.

—¿Q-quieres decir que...? —pregunta el Teniente Obanai tan perplejo como los demás.

La sonrisa del Duque se hace más grande.

—Si pudiera a ofrecer a jóvenes en edad casadera, se lo agradeceríamos mucho.

La Reina rompe en llanto.

El Rey baja la cabeza en frustración.

La sala queda en silencio.

Y los príncipes que escucharon la charla del otro lado de la gigantesca puerta de tatami, se abrazan con fuerza. El menor imita a su madre mientras se aferra a su hermano mayor.

El mayor queda mudo.

Es él quien está en edad casadera.

Sacrificio de amor {AkaKyo} HiatusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora