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Recuerdan cuando Jihyo dijo que no volvería a esa tienda de perfumes en su vida, si bueno, en ese momento estaba retractandose, la razón, la joven mujer de cabellos castaños que no había dejado de lloriquear desde que abrió la puerta sin preguntar quién era, una mala costumbre suya la de no mirar por el portillo.
Tan solo cinco segundos después de que la hojalata que tenía por entrada mostrará a la japonesa, está ya estaba hincada rogándole a la pelinegra que regresará al taller, diciendo entre lágrimas y palabras nada entendibles, que era la única alumna de su curso, le gritaba, tirada en el suelo, lo necesaria que era su presencia en el taller.
- ¡Volveré si te pones de pie y dejas de llorar! - sentenció la coreana al notar la atención que estaba atrayendo su contraria.
Mucha gente, la mayoría vecinos sin cosas que hacer, se detenían a mirar la extraña escena, varias de las personas creían que Jihyo era algún tipo de matona o cobradora, y la pobre de Sana era la víctima que rogaba piedad, muy diferente de la realidad.
- ¡¿De verdad?! - cuestionó Minatosaki levantándose de un salto con las lágrimas a medio camino de sus mejillas - ¡¿Harías eso por mi?! - en sus ojos brilló una poca de esperanza y otra extraña sensación.
La pelinegra observó como la fascinación, que la japonesa tenía por cualquier mínima acción, aparecía de nuevo, se preguntó cómo era posible que aún con los ojos hinchados, los mocos casi escurriendole por el llanto y las rodillas negras por tirarse a mitad de la banqueta, podía verse tan perfecta.
Minatosaki Sana era como un perrito indefenso que buscaba amor, y de pronto Park Jihyo quería darle todo el amor del mundo, con solo verla rogándole volver a su curso, diciendo que la extrañaba, había nacido en su corazón la necesidad de protegerla.
- En realidad, pague un mes más - dijo la coreana cruzandose de brazos, temerosa de que la castaña pudiera escuchar sus latidos desbocados por la idea de cuidar a quién estaba lastimandola.
- Ah, cierto - Minatosaki exclamó con cierto desánimo, por un momento creyó que la mujer casada estaba teniendo un poco de consideración con ella, pero se había equivocado - Es que hoy no fuiste, y como la última vez te despediste tan cortés
- Si, porque hice un desastre en tu tienda
- Pero-
- Como sea, ¿Vas a entrar? - el cuerpo de la coreana se hizo a un lado y el pasillo de la casa por fin se mostró al exterior.
Desde su lugar, Sana pudo ver las paredes lilas y el dulce aroma de cerezas la atrapó completamente, nunca había sido de olores dulces, pero por una curiosa razón, la fragancia le pareció incluso fresca.
Jihyo se dió la vuelta consciente de que su invitada la seguiría, y una vez en la sala de estar, la japonesa dejo que su vista inspeccionara el lugar.
Una gran sala con arreglos metálicos, los muebles en su mayoría grises, se veían tan caros que le daba miedo tocarlos, un largo ventanal permitía la entrada de luz, y el pulido granito blanco se encargaba de volver todo más resplandeciente, había varias pinturas que la hacían sentir extraña, de buena manera, y diversas fotos donde solo fue capaz de reconocer a la pelinegra, que se veía maravillosa en cada una de ellas.
Un interior contrario al exterior descuidado que tenía por fachada.
- Wow - susurró Sana con la mirada fija en la foto que, atrevidamente había tomado de la mesita de centro.
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La amante de mi esposo (SaHyo)
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