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Su pequeño Lucerys había dejado de ser un niño.

Formaba parte de la multitud que veía a sus hijos entrenar, los dos castaños luchaban entre ellos, en una lucha completamente reñida y cardíaca.

Vió a lo lejos a las dos prometidas de los príncipes estar igual de nerviosas que ella, las dos preciosas, una más alta que la otra, tan iguales y tan distintas, impacientes por saber quién ganaría.

Desde que tuvieron la edad suficiente para hacerlo, entrenaron. Sus cuerpos habían cambiado y eran igual de fornidos cómo sus genes Strong lo ameritaban.

Y eso le aterraba, no precisamente por los susurros del pueblo, si no por el tiempo que quedaba y por lo que sus hijos eran capaces de querer demostrar, sobre todo su querido Luke.

Jacaerys siempre había ganado hasta ese momento, y como no, era el mayor y más alto de los dos. Siempre valiente, inteligente y honorable, siempre en preparación y en buen camino para ser un buen rey.

Por otro lado estaba Lucerys, su segundo hijo, que por mucho, era el más sensible de los dos, quien desde que tuvo uso de razón se había estado preparando para sentirse merecedor de todo lo que su apellido conllevaba.

Sin embargo, Rhaenyra había sido demasiado específica con él y su situación, Lucerys no participaría activamente en ninguna causa sin antes haberle ganado a su hermano.

Tenía que estar preparada, tenía que cerciorarse que sin importar el problema que viniese, su pequeño estaría a salvo y mantendría a su futuro pueblo y esposa con bien.

Siempre habían tenido una conexión especial, amaba a sus hijos por igual pero Lucerys era diferente, siempre necesitó más de ella.

Desde la primera vez que lo sostuvo entre sus brazos lo supo. Creció siendo un niño nervioso y enfermizo, con un corazón sensible, solía tener ataques de ansiedad y le importaba demasido lo que el pueblo decía. Lucerys no podía ir a ningún lado ni tomar decisiones si no era de la mano de Rhaenyra.

No lo consideraba más frágil que Jacaerys como muchos en la corte lo hacían, tampoco lo subestimaba y mucho menos dudaba de él, creía firmemente que su hijo estaba listo para todo lo que estaba por venir...

Pero tenía que estar completamente segura de eso.

Fue así como Lucerys creció fuerte, era ya un joven de 18 años que tenía una personalidad preciosa, lleno de vida y de carácter, con ganas de enfrentar al mundo y de proteger a lo que más amaba. Aún así, por dentro seguía siendo el mismo chiquillo con miedo de salir y descubrir que el mundo podia ser más cruel de lo que ya había experimentado.

Incluso siendo tan fuerte, jamás dejó de tomar la mano de su madre.

Recordaba cada uno de los entrenamientos de sus hijos, sabía sus capacidades, sin importar que Lucerys mejorara, Jacaerys siempre remontaba... Rhaenyra pesaba que está vez pasaría lo mismo.

Sin embargo, aquel pequeño niño enfermizo y algo nervioso atrapado en el cuerpo de un hombre, le estaba dando una paliza a su hermano.

Lo único que se podía escuchar era el choque de espadas y varios gritos de emoción, en ese momento Jacaerys se encontraba en el suelo intentando escapar, pero Lucerys lo tenía atrapado apuntando la espada hacia su garganta esperando la rendición.

En ese momento una patada en el pecho del menor hizo que este cayera hacia atrás, y en un abrir y cerrar de ojos, Lucerys estaba abajo.

Y por primera vez, cuando Rhae creia la batalla perdida y había lanzado un suspiro de alivio, Lucerys le ganó a su hermano mayor en combate.

De nuevo Jace estaba en el suelo, con la espada muy lejos de su cuerpo, tan lejos de él que si hubiese sido un combate verdadero, el mayor estaría muerto.

Entre aplausos y ovaciones, los dos hermanos se abrazaron felices y vieron a su madre con gusto.

Rhaenyra en lo único que podía pensar era en la terquedad de sus hijos y en la necesidad que Lucerys tenía por demostrar ser digno de su nombre.

Todavía no era el momento, el miedo la invadió y pensó varios segundos sobre que decir o hacer.

Pero cuando estuvo apunto de hablar con el afán de calmar las cosas, una peliplata cruzo corriendo como rayo de luz por todo el  lugar.

Iba vestida de rojo y negro, como siempre lo hacía en situaciones políticas o en apoyo a su futuro esposo. A pesar de ser colores opacos en conjunto, la princesa les daba vida, sobre todo en ese momento, dónde se quitó los zapatos para subir los escalones que llevaban al podium de combate y se abalanzó contra su hijo con la sonrisa más orgullosa y llena de amor que jamás haya visto.

Lucerys solo dejó caer la espada para abrazarla mientras la elevaba y respirar el dulce aroma de la causa de su felicidad.

Ahí lo entendió todo.

Su pequeño había dejado de ser un niño...

Y tenía mucho por que luchar.

A mí princesa 🌷 ; Lucerys Velaryon Donde viven las historias. Descúbrelo ahora