06.

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Aquella tarde había marcado algo en ella.

Ya no salía por las mañanas a espiarlo, tampoco había visitado a Arrax, no comía ni dormía correctamente y tampoco merodeaba por los pasillos.

Con algo de esfuerzo se levantaba de la cama para hacer sus labores con la princesa Rhaenyra, pero su demás tiempo lo ocupaba encerrada en su alcoba, cohibida, pensando en que tal vez Lucerys allá afuera no era el hombre del que estaba enamorada.

Ni siquiera había ido a buscarla, no tenía noticias de él desde hace semanas.

Tal vez estaba demasiado ocupado, tal vez le dejaban demasiado trabajo, tal vez la ciudad era demasiado difícil de controlar...

O tal vez no recordaba que tenía prometida.

Pensar que Lucerys en aquel momento podía estar con otra persona la carcomía viva, jamás había tenido esos pensamientos y eso la estaba matando, la consumía desde adentro, tanto que había dejado de cuidarse incluso si Diana la obligaba a ducharse todos los días.

Ya no se preocupaba por como se veía, se la pasaba en vestidos sencillos, con el cabello sin trenzar y a veces sin peinar. La princesa decayó y con ella también el castillo, pues la luz de esas paredes era esa señorita que se la pasaba caminando de un lado al otro con la esperanza de ver por unos instantes a su amado.

No toleraba que la gente le preguntara de su estado, mucho menos soportaba tener a su cuñado cerca porque era la viva imagen de su hermano y prometido, ni siquiera a Rhaenyra, que era la madre del causante de sus penas, pero tenía que estar ahí puntal todos los días, como si no pasara nada, y aunque Rhae se cansara de preguntar, la peliblanca no soltaba ni una palabra.

Aquella tarde de nuevo se rehusaba a comer.

—Todas las tardes lo espero, Diana...— Dijo haciendo su plato a un lado mientras se removía en las cobijas, con los ojos rojos y la cara empapada. —¿Será cierto todo lo que me han dicho? Me lo preguntó una y otra y otra vez, necesito verlo, necesito que esté aquí conmigo...

—Princesa...

Sé que aún no estamos casados y que ni siquiera debería de estar pensando en estas cosas, pero es mi prometido ¿no?— Sollozó. —¿O hasta el matrimonio es cuando su respeto hacia se mi acabará?

De nuevo explotó en llanto, temblorosa y con la voz rota.

—Mi querida princesa... permítame traerle un vaso de agua y unas cuantas hierbas, estoy segura que se sentirá mejor con eso... — Le dijo levantándose. —Y con respecto al príncipe, estoy segura que él jamás la dañaría, menos de esa manera.

Era otra tarde dónde por los pasillos todos se preguntaban que pasaba, incluso muchos pensaban que el compromiso se había cancelado. Y de verdad era una pena, pues todos en el castillo envidiaban el amor que se tenían.

Sin embargo, el tema principal de justo ese momento de agonía no era ese, y durante el viaje de Diana a la cocina real, escuchó un grito que resonó por todo el castillo:

—¡EL PRINCIPE LUCERYS A MATADO A UN LORD!

A mí princesa 🌷 ; Lucerys Velaryon Donde viven las historias. Descúbrelo ahora