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La molestia que sentía hacia Lucerys había pasado a un segundo plano. En ese momento no importaban las voces de la inseguridad en su cabeza, ya no resonaban los "consejos" de las princesas y tampoco tenía tiempo por la ay de pensar en un posible engaño. El ardor que sentía su pecho se apagó, las lágrimas se secaron y, en su lugar, una gran angustia y preocupación se instauró en todo su ser.

Por primera vez en semanas se levantó por voluntad propia, las paredes de aquella habitación habían comenzado a asfixiarle, y no era para menos, nadie le decía nada, lo único que veía era la cara de los sirvientes sintiendo lastima por ella y un constante: "debería descansar, princesa". Pero no, ella no necesitaba dormir más, necesitaba saber. Ni siquiera Rhaenyra la había llamado aquella tarde ni los dos días siguientes, no lograba encontrarla por ningún lado, ni a ella ni a su padre, ni siquiera a sus hermanastros, a nadie.

Todo se había paralizado... O la habían abandonado. Era solo ella entre un túmulo de desconocidos que, aunque los conociera de toda la vida, eran invisibles para ella. Eran decenas de ellos que no entendían, que no dimensionaban la ansiedad que sentía y que la intentaban calmar como sea, bombardeandola.

No sabía lo que había pasado. Tuvo otro recorrido matutino, donde en el intento de encontrar a Rhaenyra y exigir una explicación, casi golpea a un guardia después de un: "Nadie sabe dónde están".

Rendida regresó al salón, donde ahuyentó a todas sus damas entre gritos y maldiciones y solamente permitió que Diana entrara, llevándole té cada tanto e intercalandolo con pequeñas copas de vino que, según ella, la tranquilizarían.

Caminaba en círculos, esperando, mirando hacia fuera desde la gran ventana que dejaba ver directamente a la entrada, esperando algo, una señal, a alguien... Deseaba verlo entrar.

Solamente pensaba en su prometido, en el pelicastaño que en semanas no veía. Lo conocía más que a nadie en el mundo, Lucerys no era una persona violenta, no se explicaba como en cada pasillo del castillo se murmuraba que había matado a un "lord". Pero eso no importaba, necesitaba verlo y saber que estaba bien, independientemente de la angustia de saber que había ocurrido necesitaba estar a su lado, sentirlo, abrazarlo, exigirle una explicación y odiarlo por dejarla tanto tiempo sola... También deseaba que, con solo volver a tocarlo, se esfumara cualquier rastro de duda en ella, en la desconfianza que se instauró en su corazón desde la visita de las princesas. Por qué para su fortuna o su desgracia, lo amaba con todas las fibras de su ser.

Rendida y exhausta se dejó caer en el enorme sofá, llorando. Le imploraba a los dioses que nada malo le hubiese pasado, que sus motivos para atacar a alguien no hubiesen sido en vano y que, por favor, siguiera amándola con locura.

—Que alguien aparezca, por favor...

.

—Definitivamente es hermosa... Más que tú, por cierto.— Susurró Zaro, viéndola desde la lejana ventana del salón, profundamente dormida.

No mentía, las horas habían pasado y el sol del atardecer caía suavemente en su rostro que, aunque tenia lágrimas secas y una expresión de angustia, se seguía viendo irreal, la perfecta mezcla entre los señores dragón de la vieja Valyria.

Su cabello blanco, largo y rebelde caía por sus hombros sutilmente, delineando su delicada cintura y enmarcando sus facciones. Sus largas y finas pestañas, las pequeñas pecas, sus labios rojo carmín por tanto llorar, la forma en que tomaba la copa vacía... No parecía real.

Solo hasta ese momento Rhaenyra pudo darse cuenta de que la hija de su esposo, y su sobrina, era realmente hermosa para cualquier ojo humano, sobre todo para aquellos de ojos comunes, como los de Zaro, que la miraba con fascinación y deseo sin despegar la vista de era y sin si quiera respirar.

—Es la única manera en la que puedo dejarte verla, desde lejos y sin que te vea, eres asqueroso.

Zaro se burló, aún con dolor en la mandíbula.

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⏰ Última actualización: Oct 29, 2024 ⏰

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A mí princesa 🌷 ; Lucerys Velaryon Donde viven las historias. Descúbrelo ahora