Prólogo I: parte 3

60 3 0
                                    


—¿Shivana?

Me elevo de golpe y maldigo en voz baja, relamiéndome los labios de restos sangre y sudor.

Desvío la vista a mis pies y observo lo que queda del cadáver de mi hermana, despedazado y con el pecho abierto de par en par y vacío, y sus ojos muertos me devuelven la mirada con horror y agonía.

Me planteo si interceptar a mi antigua tutora, Edaleka, o no.

La mujer nunca me enseñó nada más que los conjuros más básicos, y los conocimientos que me impartió podría haberlos aprendido de cualquier otra persona, e incluso de los libros de la biblioteca arcana si esta hubiese estado abierta para mí en aquél entonces, dragón o no.

Ahora ya los conozco, pero solo porque se los he arrebatado a los muertos con los que he alimentado a la Mortalitaria.

Hechiceros vagabundos o solitarios, y aventureros capturados mientras cruzaban Carico hacia el reino élfico de Nildfein. Todos aquellos a los que pude echarles mano que fueran lo suficientemente anónimos, o que hubieran dejado claro que se marchaban por un largo periodo de tiempo, para que nadie los echara de menos o preguntara por ellos hasta que yo estuviera lista para ello.

Todavía escuece que me asignaran a alguien tan mundana como Edaleka.

Incluso a pesar de ser un dragón, Edaleka, como mi hermana, carece de las ambiciones y de la voluntad para alzarse sobre los demás, y se conforma con una vida de patetismo.

Insultante.

Me hace rabiar de solo pensarlo.

—Estoy aquí detrás, maestra Edaleka —llamo imitando la voz de mi hermana, un poco más grave y ronca.

Nuestras voces son lo bastante similares como para que las confunda fácilmente.

—¿Dónde estás, niña?

—Al fondo, tras la puerta de madera verde.

La escucho acercarse y preparo magia oscura en las puntas de mis dedos.

Un conjuro de muerte que hace estallar los órganos internos, y que es lo suficientemente potente como para atravesar las defensas mágicas naturales de un dragón. Lo sé porque lo acabo de probar con Shivana.

No esperaba que el destino fuese tan generoso como para ofrecerme hoy dos sacrificios, sonrío con alegría. Dos Kánnmar para alimentar a la Mortalitaria.

Hasta ahora solo había podido capturar uno, además de ellas dos. Y ello casi hace que me descubran, así que tuve que conformarme con el cuerpo del joven visitante dragón, que se detuvo en la ciudad con la intención de volar hacia Kánnmeret a la mañana siguiente.

Me esforcé mucho para cogerlo desprevenido mientras cruzaba las montañas, y para ocultar los rastros de la encarnizada pelea que tuvimos y guardar luego su cadáver en una runa de viaje para traérselo a la Mortalitaria. No fuese que los centinelas Khoen o Kánnmar encontraran motivos de sospecha al hallar sus restos y arruinaran mis planes descubriéndome antes de tiempo.

—¿Qué haces aquí, pequeña? Tu amiga de las cocinas anda buscándote —inquiere Edaleka abriendo la puerta sin sospechar nada. En cuanto da un paso hacia delante, la vieja dragona se lleva una mano a la boca con horror, y su piel oscura como la noche parece palidecer de angustia—. Shuyana —murmura con espanto mirando el cadáver de mi hermana—. ¿Qué has hecho? ¿Qué le has hecho a tu pobre hermana?

Sus ojos se desvían hacia la Mortalitaria, pero en cuanto comprende lo que está a punto de ocurrir y alza sus manos para formar un escudo protector frente a ella, ya es demasiado tarde.

La reina prometida (romance fantástico elfo/humana)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora