Prólogo II: El rey amargo

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PRÓLOGO 2

El Rey amargo

THRAEL

478 años atrás...

Los espíritus me advierten de que se acerca una bruja, poderosa y llena de magia negra, pero la fiesta está en pleno apogeo, y ninguna mortal me robará del tan ansiado alivio de la negrura de mis amargos pensamientos esta noche.

Detenedla, les ordeno a los más cercanos a la hechicera, y los Fuegos Fatuos y demás espíritus del bosque que comando se mueven para interceptarle el paso.

Es solo una mortal, así que no hará falta que haga uso de los Centinelas, los guardias de palacio, los montaraces o los Guardianes de los Caminos. Ello sería excesivo.

Me olvido de ella, insignificante como es, cuando me sirven una nueva copa de vino y un nuevo grupo de bailarines se une a la compleja danza que rodea las hogueras, alrededor de las cuales celebramos el Solsticio de Verano de este año.

—¿Bailáis, mi Señor? —interrumpe una voz mis pensamientos.

La joven elfa es bonita.

No tendrá más de dos centurias, calculo. Tiene los ojos rasgados y oscuros y la piel de luna, y seguramente ha llegado desde Artufein, el reino vecino, para las celebraciones.

Pero ahora mismo no estoy de humor para esa clase de entretenimientos; ni siquiera por sus apetecibles labios y lo que estos prometen hacerle a mi cuerpo.

Varios de mis consejeros y de los más ancianos de entre mi gente, todos ellos emparejados y contentos con su vida y destino, nos observan con desaprobación; y ella capta sus miradas y se ruboriza, escaqueándose de nuevo hacia la linde del bosque tras una reverencia apresurada, avergonzada por haber sido tan evidente con su deseo por mí en su aura.

Les devuelvo la mirada con una ceja alzada y ellos la apartan rápidamente, escarmentados.

¿Quiénes son para juzgarme a mí o a mis formas de entretenimiento? Ellos tienen a sus esposos y esposas a su lado. Yo, en cambio, no tengo nada.

Nada más que una Corona Maldita, el deber con mi pueblo, y una cama fría y vacía de emociones y sueños.

He pasado miles de años esperando a un Alma Gemela que nunca llega y, si la boca de una extraña puede hacerme olvidar mis penas durante unas horas, no estoy dispuesto a renunciar a ese breve consuelo; a ese breve atisbo del cielo que el destino me ha negado, por el peso de su desaprobación.

—Estás de buen humor hoy, ¿eh, tío Thrael? —comenta mi sobrino Faridil con sorna.

La mirada que le dirijo no amedrenta al niño mimado de mi hermana.

—Todavía no me has dicho de qué andas huyendo esta vez, sobrino.

Él se atraganta con el canapé que estaba masticando y hace una mueca. El que su esposa no esté junto a él en las festividades es señal de que debe de haberla enfurecido de nuevo. O de que teme hacerlo si ella se entera de lo que quiera que haya hecho esta vez para merecer su ira.

Con esos dos, es siempre lo mismo. Es una danza de la que nunca se cansan. Y los envidio por ello incluso cuando están enfadados el uno con el otro.

—Si tienes tiempo luego, hay algo que quiero consultarte —dice, aclarándose la garganta con incomodidad. Mi sobrino odia pedir favores incluso a la familia—. Es sobre...un pequeño accidente mágico.

—¿Qué has hecho esta vez? —suspiro, temiéndome la respuesta, pero deseando oírla porque si hay algo que Faridil es capaz de hacer, es sorprenderme con sus ocurrencias y accidentes sin importar los miles de años que haya habitado Aldamar. Es una de las pocas personas capaces de ello a estas alturas—. ¿Prender fuego a la madre de tu esposa de nuevo? ¿Enfurecer a los mér? ¿Robar un trono?

Él se indigna.

El díscolo hijo de mi hermana siempre es una distracción que agradezco, aunque no le deje ver cuánto. No quiero que ello le motive para causar más problemas o que crea que apoyo sus continuos disparates.

—¡Nada de eso! —protesta, encrespado. Disimulo una sonrisa tras mi copa de vino medio vacía. Qué fácil es provocarle. Y qué entretenido—. Ya te he dicho que ha sido solo un diminuto accidente. Nada demasiado importante.

Alzo una ceja con recelo.

—¿Y por eso te has pasado toda la noche intentando hablar de ello sin lograrlo?

—Ugh.

Se bebe su copa de vino hasta el fondo y se limpia la boca con el dorso de la mano.

He dado en el clavo.

—Modales, sobrino.

Faridil suelta un bufido y se recuesta sobre los cojines que ha reclamado para sí en la alfombra extendida sobre la hierba que ocupamos ambos, haciéndose un hueco a mi lado.

—A veces eres tan controlador y observador como mi padre, tío Thrael. Es agobiante.

Extiendo una mano y la paso por su frente y mejilla en señal de afecto de manera distraída, observando la nueva vuelta de los bailarines, que ríen y se mueven al compás de la música con brío.

—No me insultes —le replico con el ceño fruncido, pero sin rencor—. Y deja de desviar el tema. Si has venido hasta aquí para consultarme algo, hazlo. Mañana tengo el día muy ocupado y no podrás hacerlo.

—Por supuesto. No sea que los elfos de tu corte se limpien el culo sin preguntarte y tengan una crisis emocional al respecto —se burla.

Aprieto los labios para no reírme.

Los consejeros más próximos se detienen en mitad de su conversación para dirigirle miradas desaprobatorias y escandalizadas, y sus expresiones hacen que tenga que contener la risa con mayor esfuerzo.

Otro de los muchos entretenimientos que mi sobrino ofrece sin pretenderlo es las reacciones que los demás tienen a sus ocurrencias, siempre interesantes.

Alargo una mano y le aparto un mechón de su pálido cabello del rostro cuando le cae sobre los ojos y hace una mueca de molestia.

Un gesto íntimo que solo se hace con la familia, puesto que los elfos jamás tocamos el cabello (o las orejas) de alguien que no sea cercano a nosotros y cuyo permiso no tengamos de manera explícita o implícita.

—Luego dices que son los rumores sin base ni fundamento que los demás se inventan sobre ti los que te dan tanta reputación infame —le digo, acomodándome sobre mis propios cojines—, pero es esa lengua tuya la que es la causa de ello.

Él murmura algo entre dientes en un lenguaje que desconozco. Algún tipo de protesta deslenguada aprendida de sus amigos aventureros, seguramente.

El lenguaje parece estar relacionado con la lengua secreta de los enanos; o tal vez sea un dialecto olvidado de los dragones. Con mi sobrino nunca se sabe.

A pesar de su aparente estupidez, es un hechicero consumado, y muy inteligente cuando desea serlo.

No faltaría menos, para alguien de mi linaje.

Faridil es el hijo de una elfa y el nieto de un dragón por parte de padre Khoen. Lo que se suele llamar un Adauvre, un elfo mestizo con sangre de dragón, aunque se cuente a sí mismo entre los elfos Qendi de mi reino.

Ambos nos quedamos en silencio durante un buen rato, observando a los bailarines, hasta que se aclara la garganta y se relame los labios varias veces antes de hablar.

—Puede que haya convertido a mi querido cuñado en un árbol por accidente. Y digo puede porque no creo que la culpa sea enteramente mía. —Se apresura a añadir la última parte como si esperase que lo acusaran de hacerlo a propósito lo que, conociéndole, es una posibilidad que no descarto.

Detengo mi mano a medio camino de llevarme la copa a los labios y giro la cabeza para mirarle con asombro.

Incluso para él, eso es algo espectacularmente ridículo y técnicamente, según las leyes de su propia magia, imposible.

La reina prometida (romance fantástico elfo/humana)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora