Capítulo 3

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ADVERTENCIA: Contenido explicito +18


— ¡Yo abro!—dijo Sandra con su voz pastosa por el alcohol y riendo a causa de las mismas copas de más que ya se tenía encima.

— No, Sandra ¿Cómo va a abrir? ¿o invitaron a alguien más?—preguntó Betty, poniendo una mano frente a Sandra para que no siguiera su camino.

— No, yo no— Contestó Armando mientras discretamente le sacaba a Freddy de su lado.

— Yo encargué una pizza mientras bailaban, pero me habían dicho que no podían mandarla hasta acá. Quizás cambiaron de parecer, y que bueno porque estos pasabocas casi han desaparecido por completo– Dijo Bertha abriendo la puerta, saboreando su pizza que había encargado.

Al abrir, la imagen de 3 chicos se puso frente a sus ojos; cargaban con mochilas de viaje y su ropa se veía sucia y mojada. Ellos no tenían un aspecto mucho mejor, se veían bastante agotados.

—¿Ustedes son los de la pizza?—dijo risueña y borracha del hambre que sentía.

Los chicos se miraron entre ellos sin decir nada, y uno se animó a hablar con calma.

— Buenas noches a todos, perdón por molestar a éstas horas, contestando a su pregunta primeramente, no, no somos los de la pizza. Solo estábamos de excursión por el monte de allá arriba, pero con la tormenta que se desató se nos arruinó el plan de acampar en los bosques así que hemos estado caminando, buscando donde hospedarnos por esta noche nada más.

Armando la sacó de la puerta y se colocó frente a ellos con cara seria e imponente.

—Le dije que no abriera, Bertha— Susurró con los dientes apretados, molesto por meterlos en un compromiso moral de esa talla — Entonces, ¿decidieron saltar la reja y entrar a una casa a la fuerza?

Soltó mordaz en dirección a los chicos, porque aunque ellos se fueran a esforzar en hacerse los locos, era evidente que era lo que habían hecho.

— No—dijeron a coro, con tono asustado mientras se aferraban a las correas de sus mochilas— Es que vimos luces y decidimos preguntar si nos podrían dar asilo por esta noche. Es la única casa que hemos visto en kilómetros y hasta pareciera que sería la única hasta llegar a la ciudad si es que la pasamos de largo.

— Ya Armando, no sea gruñón y déjelos pasar ¿Cómo va a dejar a esos pobres hombres ahí afuera y con semejante lluvia que cae?— Le dice Mario acercándose a la puerta con la camisa desabrochada.

— Está bien, pasen— dijo refunfuñando y con el mal presentimiento atorado en el pecho— Tengo una habitación que les podría dejar a su disposición, los tres tendrán que compartir.

— Aaah pero don Armando, no se los lleve aún porque nos hacían falta hombres para bailar—dijo Sandra de manera juguetona tomándole el brazo a uno—¿Bailamos o qué?

— Yo no tengo problema de bailar con una dama tan bella como usted. Si es que al anfitrión no le molesta que nos quedemos en la fiesta, por supuesto.

— No, ya están acá, pásenme sus mochilas y las dejaremos en su cuarto.

— Eh no, nosotros las vamos a dejar a la habitación. No queremos dar más molestias— dijo uno de ellos, con prisa y apretando más la mochila contra su cuerpo— Sólo son cosas delicadas, tú entiendes—Agregó, golpeándole el hombro con una familiaridad que a Armando no le gustó para nada, pero estando frente a todos solo pudo dejar escapar un bufido burlón y asintió.

— Está bien, vamos— Les hizo señas con la mano—Síganme...y Betty, usted me acompaña porque no la dejaré bailando nuevamente con el careplancha idiota de Freddy— Dijo en tono de duda, no creyendo que haberlos dejado pasar fuera bueno.

SUSPIROS A MEDIA NOCHEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora