Capítulo 6

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—¡Ay! nadie me abre y ya ni siquiera se escucha ruido adentro—Dijo Sandra con pesar mientras se cruzaba de brazos. Bertha, Wilson y ella ya le habían dado la vuelta a toda la casa y ninguna puerta estaba abierta.

—Ese don Armando sí que es un pelado, ¿Cómo se atreve a dejarnos afuera con tremendo frío que hace? Antes hay que agradecer que ya paró la lluvia que sí no estaríamos como gallinas mojadas aquí afuera.

—No lo sé, muchachas, no creo que Don Armando hiciera una broma tan pesada como ésta. Además los gritos de Don Mario se escucharon muy reales y feos.

—¿Y no cree usted que Don Mario va a ser su cómplice? Piense Wilson, no sea bobo.

—¡Miren, podemos irnos a ese cuartito de la casa! Es donde está la caja de fusibles, apuesto a que a ese no le echaron llave— Dijo Bertha con entusiasmo y se echó a correr. Soltó una carcajada de alegría cuando vi que tenía razón—Vengan, les aseguro que acá hace menos frío que afuera— Sandra se rindió y miró la casa con preocupación una última vez antes de entrar. Bertha había agarrado la única silla que había y Wilson se había tomado la mesa así que de mala gana se sentó en el suelo.

—¿Y apoco nos vamos a quedar aquí toda la noche?— preguntó Wilson de mala gana.

—Pues no creo que tenga un teléfono para que yo pueda llamar a mi gordito.

Los tres hicieron un puchero con la boca y bajaron la mirada.

—Él no, pero yo sí— Dijo Sandra con emoción mientras tomaba el celular que estaba en en el suelo— Es de don Armando...se le debió de caer cuando vino con Betty a cambiar los fusibles.

—¡Preste acá!— dijo Berta con emoción y lo miró— ¡Brutas, no tiene señal!

Sandra refunfuñó y se sentó de nuevo con desilusión.

—Pero no sea boba y levántese mijita, usted es un poste de luz así que ande y brazos arriba con el celular para ver si agarra señal.

Sandra se levantó y comenzó a caminar por el pequeño cuarto, pero sin éxito.

—¿Por qué no se sube a los hombros de Wilson? Ahí sí segurito que agarra.

—Pero tenemos que hacerlo afuera para que funcione.

—Pues vayan y yo aquí les espero.

—Nada de vayan, usted se viene con nosotros porque es su gordito, no el mío ni de Wilson.

—Todo quieren que uno les resuelva— Bertha se levantó y salió con ellos. Comenzaron a caminar buscando señal, levantando los brazos, pero sin suerte.

Soltaron un suspiro y se resignaron a hacer lo que Berta les había dicho.

—¡Ay Wilson, espérese que me va a tirar!— Le regañó Sandra con irritación mientras se terminaba de sentar sobre los hombros del pobre.

—¡Apúrese, Sandra!

—No me presione y mejor camine para allá —dijo señalando el inmenso portón de entrada que les quedaba como a 20 o 30 metros.

Wilson resopló, pero obedeció y empezó a caminar mientras Sandra mantenía los brazos en alto con el celular en la mano. Al final terminaron a menos de 15 metros del portón cuando el celular al fin recibió dos rayitas.

—¡No se mueva que aquí ya lo tenemos!

—Oigan, ¿Quiénes creen que son esos dos que vienen allá?—Dijo Bertha, quien miraba a la casa con curiosidad. Dos siluetas parecían ir corriendo en dirección a ellos.

SUSPIROS A MEDIA NOCHEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora