Epílogo

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Betty se encontraba sentada sobre el banco alto que le permitía quedar a la altura de la barra del bar. Sostenía su cabeza entre sus manos con desespero, intentando calmar el fuerte dolor de cabeza que no se le podía ir con nada.

Su mamá le había dado unas pastillas para dormir hace unas horas, pero ella simplemente no podía caer ni con eso. La policía los había dejado marchar a todos a eso de las cinco de la tarde y sus papás la habían ido a recoger entre regaños y alegatos de preocupación.

La llenaron de preguntas que ella no se sentía capaz de responder y todo fue empeorando cuando salieron y la prensa les comenzó a lanzar los cegadores flashes de las cámaras. Su papá casi tuvo que aventarlos para que dejaran de hostigarla.

Después de eso la habían llevado a casa, pero al verla tan pálida y con la mirada perdida ya no se atrevieron a preguntar más.

Ella se fue a su cuarto y se acostó después de que su mamá le diera el medicamento que le había mandado el médico que le atendió las heridas de la cabeza. Pero pasaron horas y ella solo logró dar vueltas en la cama con una ansiedad que le comía los nervios; las sombras en su cuarto le daban temor y cerrar los ojos le daba asco, pues solo podía ver los cuerpos sin vida de sus amigos.

Tengo que salir de acá...

Pensó mientras se quitaba las cobijas de encima y se colocaba sus zapatos; no se molestó en cambiar el camisón de dormir, más bien solo se puso la bata encima y bajó las escaleras de su casa con prisa.

Sus papás ya estaban en su cuarto con la puerta cerrada y la televisión encendida así que ni siquiera se percataron de su salida.

Ella comenzó a andar por las calles, sintiendo alivio de poder respirar aire fresco y ver tanta gente caminando de un lado a otro; le hacía recordar que ya no seguía seguía encerrada en esa bendita casa.

Camino por un buen rato, hasta llegar al centro, donde aún había bares y antros abiertos; no había otra cosa a la que pudiera meterse así que entró en uno que no se miraba tan mal. No llevaba ni un peso con ella, pero eso no la detuvo para acercarse a la barra y pedir un par de tragos.

Es así como había terminado de esa manera, apenas con tres tragos de bourbon había bastado para que comenzará a sentir el peso de su decisión. Su medicamento se mezcló un poco con el alcohol y por eso había perdido tanta resistencia.

—Señorita, ¿se encuentra bien?—preguntó el barman con preocupación y ella levantó la cabeza y dejó de salir un suspiro mientras asentía. El hombre la reconoció de las noticias que habían estado pasando todo el día y sintió verdadera lástima por su aspecto tan demacrado—¿Necesita que llame a alguien?

—No...yo estoy bien...solo que debo admitir que no tengo ni un solo peso para pagarle...—El hombre asintió, esbozando media sonrisa comprensiva en su rostro y puso su mano sobre la de ella por unos segundos.

—No se preocupe, la casa invita—Betty asintió con media sonrisa y siguió bebiendo del trago que aún le quedaba. No estaba borracha, pero se sentía lo suficientemente adormecida para no sentir la ansiedad llenándole el corazón.

—Betty...—Escuchó que susurraron detrás de ella y se quedó quieta por temor a que fuera un juego cruel de su mente— ¿Pero qué hace acá?—Se volteó y soltó un suspiro interno al ver que no era su mente, Armando estaba ahí.

Llevaba puesta una gabardina negra que parecía estar algo mojada; Su cabello también tenía pequeñas gotas deslizándose y en su cara se podía apreciar lo cansado que estaba. Su tez estaba pálida y bajo sus ojos se pintaba el color morado con prominencia, haciéndolo lucir un par de años mayor.

SUSPIROS A MEDIA NOCHEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora