El verano se acabó y el otoño empezó.
Los vestidos cortos y veraniegos fueron reemplazados con los abrigos y zapatos para el frío. Las hojas de los árboles se desprendían de sus raíces y caían al piso, coloreando las calles de anaranjado, marrón y verde.
Me gustaba el otoño.
Incluso cuando era pequeña creía que había una reina o un rey para cada estación del año que controlaba el clima. En mi imaginación, la reina – yo quería creer que era una mujer fuerte y hermosa – de otoño era mi favorita.
La gente de los alrededores llegaban a la cafetería a descansar allí, para luego irse del lugar con la misma tranquilidad. Pero ese día había muchos clientes que atender y yo nunca pensé que servir cafés, dulces y otras cosas más fuera tan complicado hasta ese momento.
¡ Ya me había confundido dos veces de mesa !
Estaba segurísima de que si no fuera porqué Nicolás era mi amigo, hace un montón de tiempo atrás me habría despedido.
Me moría de vergüenza para ser sincera.
Las canciones del vilo sonaban mientras caminaba hacia la mesa de unos jóvenes. Sin poder evitarlo, moví la cabeza al ritmo de la música.
— Hola guapa — dijo un niño.
Vale, no era un niño pero tenía unos diecisiete años. Demasiado joven para mí gusto.
— Adiós— contesté fingiendo la misma emoción, una vez dejando el pedido de él y sus amigos quienes se rieron al ver cómo el niño se sonrojaba.
Nicolás levantó una ceja desde la cocina.
Yo en cambio me encogí de hombros. Mi amistad con los chicos del trabajo me ponía contenta, después de algunos meses, entre todos nos entendíamos y cuidabamos.
Pasé toda la tarde y noche recogiendo platos sucios, limpiando y cobrando. Cuando ya estaba apunto de entrar en un colapso de cansancio terminó mi turno y salí a toda prisa de la barra.
— ¿ Tienes quien te lleve ? — preguntó Gabriel cuando me vió coger mi abrigo.
Nat resopló.
— Siempre va en taxi. — respondió por mí.
Le sonreí apenada a Gabriel. Él era demasiado bueno y atentó con nosotras.
— Estoy bien, no te preocupes.
— ¿ Segura...?
Asentí con la cabeza.
Me miró desconfiado con sus grandes ojos marrones y luego terminó accediendo.
— Bien. — le despeinó el cabello a Nat — Hasta luego Alexa.
Me guiñó un ojo por encima de su hombro y se fué a la cocina de nuevo.
— Es insoportable. — gruñó Nat acomodándose su pelo.
Sonreí.
— Pero hace los mejores postres y eso lo recompensa, ¿ No ?
Puso los ojos en blanco.
— Algo así.
Me puse mi abrigo y suspiré. Mis pies me estaban matando, estar tanto tiempo parada tenía sus defectos y tener mis extremidades hinchadas era una de esas.
— Quiero ir a dormir por horas y luego ponerme al día con mis series y libros... — dije despreocupada — Así que si me disculpas, me iré a casa.
— ¡ Espera ! — chilló Nat, salió corriendo y unos segundos después apareció con algo entre las manos. Me lo entregó — Es gas pimienta, mamá me obligó a comprarlo ayer y me acordé de tí, entonces le insistí para que me comprará dos.
ESTÁS LEYENDO
Hasta que no existan más estrellas
RomanceSegundo libro #2 Era escritora, mi vida giraba entorno a eso hasta que la muerte de mis padres junto con otros acontecimientos - que aún no quiero contar - me llevaron a comprar un boleto de avión que me llevaría a California. Entonces en esa ciuda...