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El siguiente trabajo asignado a Atsushi Nakajima consistía en recorrer varias tiendas de sarcófagos para comentar con Ranpo los precios averiguados.

Mientras se dirigía al último establecimiento al que iba a pasar, pensó en los gritos que había dado Edogawa al estando frente a Poe sin vida, algo que le causó bastante melancolía.

Entró al lugar, demasiado amplio y silencioso. El dolor que las personas llevaban a ese establecimiento casi se podía oler. Nunca verías a nadie sonriente allí.

Frente a la caja de cobro se encontraba alguien esperando. Sin embargo, el vendedor no se veía por ningún rincón. Supuso que aquel hombre le aguardaba también.

Se posicionó a su lado mientras su mirada recorría cada ataúd que se encontraba expuesto.

Al mover los ojos al sitio contrario, visualizó al hombre: se trataba del mismísimo Fyodor Dostoyevsky, aunque le fue extraño que tuviera flores en la mano y que usara ropa negra en su totalidad.

Atsushi estaba a nada de entrar en pánico. No pensó nada antes de gritarle de una forma extremadamente agresiva:

—¡Dostoyevsky! ¿¡Qué diablos haces aquí!?

—Organizo una fiesta de cumpleaños —contestó el ruso con una voz apagada y un poco ronca—. ¿Qué más podría estar ejecutando en un lugar tan alegre, niño?

Atsushi se quedó sin saber que contestar. ¿Acaso Fyodor también había perdido a alguien? No, eso no puede ser. A percepción de Nakajima, a ese demonio nunca podría importarle nadie.

El trabajador del establecimiento salió para entregarle a Dostoyevsky un papel.

—Aquí está su recibo de compra —informó.

Atsushi solo miró el acontecimiento con sorpresa.

Sin decir palabra, el azabache se dirigió a la puerta del establecimiento.

—Lamento tu pérdida, Nakajima—habló antes de salir, con la misma voz débil que mostró momentos anteriores.

—¡Y ni se te ocurra atacar a la agencia ahora! —le gritó Atsushi—. ¡Tampoco pienses que te dejaremos en libertad, demonio!

Esas palabras fueron ignoradas por Dostoyevsky, quien continuó su camino sin problemas.

El cielo gris de Yokohama parecía compartir pesar con muchos de sus habitantes.

En cuanto llegó a la actual guarida de la Decadencia de los Ángeles, se acercó al cuerpo sin vida de Nikolai para dejar sobre su pecho las flores blancas que le había llevado.

El lugar estaba sumergido en silencio y frialdad total. Cierto era que el carácter alegre de Gogol era lo único que brindaba felicidad a ese edificio; pero también a esa organización que no se dedica a realizar obras muy bien vistas desde el punto moral.

—Te prometo que escogí el ataúd que tú hubieras elegido —le dijo al cadáver mientras pasaba la mano por el cabello de Nikolai.

Tomó la jaula donde residía cierto pájaro que fue de ambos cuando Gogol tuvo vida. Aquella ave fue un regalo que el peliblanco le obsequió a Dostoyevsky el día que aceptó ser su pareja. Estos animales representaban algo de suma importancia para Nikolai.

Fyodor abrió la ventana y después la jaula. A los pocos segundos el pájaro voló hasta perderse de vista.

—Ahora es libre —habló Dostoyevsky mientras miraba el cielo—. Como tú quisiste ser.

Comenzó a parpadear de manera descontrolada, pues las lágrimas insistían en brotar de sus ojos, cosa que no quería permitirse.

Cerró la ventana y todo su rostro terminó por tensarse, el llanto que llevaba bastante tiempo reprimiendo no quería seguir más dentro de él.

Se acercó al cadáver de Nikolai para decirle:

—Perdón cariño, por no haber podido purificar el mundo para que tú fueras libre en él. —Su voz se quebró—. Nuestros fines estaban ligados: tú querías tener libertad, y yo eliminar todo el pecado. En cuanto te conocí mi meta cambió por completo. Seguía queriendo acabar con las impurezas, pero para que tú pudieras ser feliz en un mundo perfecto.

El pequeño porcentaje de fuerza que tenía se esfumó por completo y las lágrimas comenzaron a brotar incesablemente de sus ojos.

—Lo que yo más anhelaba —dijo aun llorando a pleno pulmón—. Era verte feliz, gozando de la libertad que siempre quisiste. Observar como corrías alegremente en un mundo sin pecado en el que nunca te pasaría nada.

Debido a que hablaba con el llanto, respirar se le complicó mucho. En consecuencia, quejidos y suspiros se hicieron presentes, pero no dejó de expresarle sus sentimientos al frío cuerpo de Nikolai.

—Cariño, te prometo que en otra vida encontraré una manera de cumplir cada uno de tus sueños. Dejarás de reír porque eres un "payaso" y comenzarás a hacerlo para expresar así tu felicidad. Me encargaré de que nadie te haga sentir atrapado, serás libre como las aves que siempre admiraste.

La expresión en su rostro reflejó el sufrimiento más humano jamás visto en Dostoyevsky, quien ya estaba llorando de manera inconsolable en su totalidad. Y así siguió por bastante tiempo.

Gogol era humano y pecador, Fyodor lo sabía. Pero había sido el único ser con el que logró conectar. Nunca pensó en acabar con Nikolai para eliminar sus impurezas porque era conocedor del alma de aquel chico. Pues no solo se fijaría en la apariencia, o en la imagen que Gogol intentaba dar a los demás.

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El "ángel" entró en aquel lugar de manera desapercibida, solo fue notado por el superior, un supuesto dios. Al menos eso consideraba él.

—Están sufriendo, ¿no crees? —comentó el mayor—. Supongo que es normal. Después de todo, no tratamos a sus seres queridos de la manera más linda.

—Señor, ¿cuál es la razón por la que eligió a ellos como sus víctimas? —cuestionó el ángel de forma temerosa.

—¿Encuentras una característica que compartan todos?

Bajó la mirada a la tierra para observar a las últimas personas que atacó: una chica que trabajaba en una mafia, un escritor y un hombre perteneciente a una organización terrorista.

No había ningún patrón a simple vista.

—No los analices solo a ellos —aconsejó el jefe.

Pasó a pensar en las personas que los habían considerado importantes: un mafioso con mucho poder, un detective que siempre se jactaba de su intelecto y un terrorista con complejo de superioridad.

—Deja tu reflexión para después —ordenó "Dios" con una falsa sonrisa—. Ellos ya han recapacitado.

Le entregó varios muñecos de trapo de tamaño pequeño. El ángel desplegó sus alas para bajar a la tierra y dejar aquellos futuros muertos donde pudieran ser encontrados.

Mientras se desplazaba por el nublado cielo de Yokohama, pasó sobre la gran mansión en la que había entregado al muñeco del escritor tiempo antes.

Le era curioso como esos muñecos podrían acabar en cualquier basurero, pero en cuanto recuperaban su forma humana, las personas de Yokohama que no han "recapacitado" les otorgan enormes llantos.

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Nakahara se quedó en el piso más alto del edificio de la Port Mafia. Solo miró como los ejecutivos con menos rango sacaron de aquella instalación el cuerpo de Gin, el cual estaba siendo manipulado como si de una bolsa de asquerosa basura se tratara.

Si Akutagawa hubiera visto aquello, esos empleados ya estarían muertos.

Desde ese lugar se podía apreciar una gran parte de Yokohama, vista que hubiera sido hermosa en otras circunstancias. Ahora solo se reflejaba el sufrimiento de muchos de sus habitantes. Además, en algún sitio de allí estaba Akutagawa, a nada de volverse loco y tratando de hacer hasta lo imposible por encontrar a su hermana.

Las desapariciones de YokohamaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora