capítulo cuatro

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- ¡Eh! Lo han visto por allí. Cerca de su edificio-solo es cuestión de que uno de esos hombres suelte esas palabras para que el contenedor maloliente de basura pase a segundo plano, con Yoongi incluido por fortuna. Las pisadas fuertes resuenan hasta que no son más que parte del montón de ruido de la ciudad y junto con la ausencia de la presencia del peligro, cae sobre Yoongi una rara mezcla de alivio y creciente incertidumbre.

En este momento la almohada blanda y rancia que sostenía su espalda ya pierde relevancia para el rubio, es más, en ella deja reposar todas sus preocupaciones y angustias que giran alrededor de su futuro. Pero el remolino de emociones desembocan en feas sensaciones, su jadeo se vuelve más fuerte y la hiperventilación le llena los sentido. Aquel espacio oscuro se vuelve una mancha borrosa en su mente. Los olores y sensaciones que percibe se acumulan con cada momento que pasa y lo único que Yoongi puede desear es desaparecer o al menos hacerlo por unas horas.

El mundo parece seguir su mismo curso, el de siempre, sin ninguna anomalía. Pero para Yoongi todo se ha vuelto ensordecedor. El ladrido de los perros que son paseados todos los días por estas calles y que normalmente disfrutaría ya no es más que el fondo, la indumentaria de su adormecido ser. El gorjeo de las escasas aves que se pasean por el cielo o se posan en los cables de electricidad solo se une al pitido insoportable de su oído. Estaba congelado por el miedo.

Se encontró entonces a si mismo de vuelta en el pasado, colapsado por el terror de quienes planeaban hacerles daño a su manada y a él. Escondido en el fondo de su armario lleno de temblores y escalofríos, llorando a más no poder en un amargo silencio auto-impuesto y con la angustia llenándole de presión el pecho al no saber qué pasaría con todo lo que conocía. Sus padres, amigos, vecinos y hasta él mismo, todos venían estando en peligro desde hace algunos meses. Hordas frecuentes venían atacando a su manada, haciéndole heridas profundas cada vez que llegaban. Sus padres siempre habían procurado esconderlo lo mejor que podían: debajo de la cama, en la bañera, en la lavadora y ahora mismo en el armario del cobertizo; su contextura delgada debido a sus cortos nueve años le regalaba muchas posibilidades que otros niños de su misma edad no tenían.

Según había oído a los mayores, buscaban total control del territorio, sin embargo, no acababa de entender la razón por la que usaban aquellas formas para tomar algo ajeno, algo que Yoongi siempre había conocido y llamado hogar, ¿Por qué querrían quitárselo? Y más aún, de esa manera, aterrorizando y amedrantando al que se cruzase. Sospechaba que hacían más que solo eso pero su madre nunca lo dejaba salir después de que todo terminaba. En varias ocasiones intento preguntar que más pasaba detrás de las paredes de su casa pero sus padres solo le decían que los malos venían a asustar a todos pero que la manada era fuerte y podría con eso. Cuan ingenuo fue.

El sonido del chasqueo de las bolsas lo alertó y sacó de su ensoñación. Al bajar la mirada se encontró con dos brillantes ojos que lo miraban desde abajo. La rata lo miro por varios segundos hasta perder el interés en él y procedió a seguir rebuscando de entre las bolsas, buscando sustento. Al mirar por la ranura de la esquina del contenedor pudo detallar el cambio en el ambiente. El sol que iluminaba cuando salió de su casa ya no estaba, en cambio, se notaba la luz tenue que profetiza una tormenta. No sabía cuánto había pasado, ni si los que lo buscaban seguían por ahí merodeando pero Yoongi no podía resistir más en ese hueco putrefacto.

Con las bolsas de las compras en mano salió disparado de aquel callejón. Mirando hacia el suelo como si este le fuera a dar las respuestas que necesitaba se apresuró al edificio. No se molestó en mirar hacia atrás, demasiado asustado de lo que su mirada podría encontrarse. La primera planta parecía solitaria e inerte a sus ojos, ninguna voz, ningún ruido propio de aquella zona, aun mas perturbado se apresuró a tomar el ascensor con la esperanza de llegar lo más tapido posible al refugio que le daba su apartamento.

la marca del dragón ; kookgiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora