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Me incliné para mirar a Diana a través de la ventanilla

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Me incliné para mirar a Diana a través de la ventanilla. Estaba pálida y su agarre en el volante era tan fuerte que sus nudillos se habían puesto blancos. Sus ojos color jade estaban bien abierto y miraban a todos lados menos a mi. 

No sabía si estaba esperando a que subiera al auto o simplemente se había quedado en Shock. Sus ojos desorbitados me dijeron que se trataba de lo segundo, aun así, abrí la puerta y me acomodé en el asiento con un gesto de dolor. La mujer en la acera me gritó que la ayuda venía en camino. La ignoré, las manos me temblaban de tal manera que me fue difícil abrir y cerrar la puerta. Quizá estaba tan pálida como Diana. 

Una vez la puerta de cerró y sin tener que decirle nada, ella soltó el freno y pisó el acelerador.  

—¿Qué haces aquí? —espeté, girándome hacia ella. 

Apreté los dientes para evitar vomitar de nuevo. Sabía que si lo hacía, la mitad de mi estomago desecho por el fuego mancharía todo el preciado Toyota de Diana.

—Yo salí para decirte que...—se detuvo a media frase—. Vi cuando te llevaron y seguí el jeep y entonces vi cuando... cuando abriste la puerta y... ¿qué fue eso? —me miró asustada y tuve que señalar el camino para que regresara su atención a él—, ¿cómo hiciste eso? ¿Eras humo? ¿C...có...cómo?

Entrecerré los ojos en su dirección. Diana no tenía que haberlo visto y si lo hizo debió de haberlo olvidado. ¿Acaso el convivir tanto tiempo conmigo le había afectado a su abismo

Lo último que me faltaba era tener a una Diana sin abismo haciendo demasiadas preguntas. 

—Tenemos que ir al departamento— dije, sintiendo que se acercaba una oleada de dolor.

Arqueé la espalda y me aferré a la agarradera de la puerta cuando otra oleada de dolor sacudió mis sentidos. El fuego en mi interior estaba quemando mis células, convirtiendo mi sangre en acido y mi alma en ceniza. No debí haberlo hecho, pero estaba desesperada. Había roto la regla más importante de mi entrenamiento: Yo tuve miedo.

Creo que me desmayé, porque en un parpadeo Diana estaba a mi lado, con la puerta abierta y sosteniéndome por los brazos mientras vomitaba más sangre y carne sobre el asfalto. Escuché que retuvo el impulso de vomitar y se lo agradecí internamente. 

—Eda—dijo en mi oído—, ya llegamos. 

Hice el ademán de levantarme, pero las piernas me fallaron. Ella me sostuvo con todo su cuerpo y me regresó al interior del auto. Comprendí de forma lejana que sacó su celular y comenzó a llamar a alguien. Después de cinco intentos sin respuesta, lanzó el teléfono al interior del auto. 

—¡Nao no contesta! —soltó con frustración, luego se inclinó y pasó un mechón de mi cabello por detrás de mi oreja— Eda, necesito que me digas que hacer, por favor. 

Escuché algo en su voz. Algo ligado a la preocupación en sus ojos aquella noche en la farmacia. Algo que me hizo confiar en ella. 

—La hielera—le dije—, trae la hielera que está en el refrigerador de mi habitación. 

El Clan De Las Mariposas. #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora