Prólogo

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Dustin McGregor:

Salgo del trabajo más tarde de lo habitual, pues mi jefa me ordenó hacer cierre de caja. No me sorprendió para nada, dice que soy de fiar y que solo confía en mí y en su esposo para que lo haga. Así que, este soy yo, caminando por las calles desoladas de Los Ángeles porque perdí el último autobús y ni loco gasto mi sueldo en un taxi.

¿Sera que los taxistas creen que uno caga dinero?

Sacudo mi cabeza y aprieto el paso, no quiero que mis padres, Trace o Tiffany se preocupen. Mis manos van a los bolsillos delanteros de mis pantalones y cruzo en una esquina. Por suerte mi trabajo no está del todo lejos de donde vivo. El bar en el que trabajo es bastante frecuentado y tengo suerte de tener un sueldo, medianamente bueno. No es el mejor de todos, pero ayuda con los gastos de la casa, eso mientras papá se recupera y vuelve a su trabajo.

Tuve que dejar la universidad cuando nuestra situación económica no era la mejor. Ya llevaba unos semestres adelantados e incluso era uno de los mejores en clases, pero por supuesto no iba a dejar a mi familia morir de hambre.

Ya las cosas han mejorado, a Trace la ascendieron en su trabajo y a papá solo le quedan unas semanas de reposo. Espero pronto poder iniciar en la universidad de nuevo. De hecho mamá estaba deprimida por eso, pero por suerte su trabajo ha logrado distraerla.

Camino sumido en mis pensamientos; sin embargo algo logra captar mi atención. Me detengo en seco al oírlo, y miro hacia el callejón que está al otro lado de la calle. Entrecierro mis ojos intentando ver por encima de la oscuridad y de nuevo lo escucho. Es un llanto, un llanto de mujer.

Pestañeo aturdido y me acerco con cautela, observando todo a mí alrededor. Esta no es una de las mejores zonas de la ciudad, al contrario, por eso soy receloso y cuidadoso ante la situación. Puede que alguien esté en problemas, y como la mierda que si es así no dejare a esa mujer a la deriva.

Mientras me acerco puedo ver con claridad lo que ocurre. Me tenso. Allí puedo notar con mucha lucidez como una chica está siendo acorralada por un hombre. Me aproximo a ellos rápidamente al ver la posición de ambos, y mi cerebro me grita que estoy siendo un estúpido impulsivo que no sabe si puedo correr peligro, pero no me detengo.

— ¡Hey! —grito, detrás de ellos.

El cuerpo del hombre se tensa y me mira sobre su hombro. La realidad de la situación me golpea de lleno y también me doy cuenta de que en realidad no es ningún hombre, bueno si, pero uno joven. Es un mocoso.

—Aléjate de ella —exijo. Y me sorprendo cuando se incorpora y me da la cara.

El mocoso —al cual le calculo unos 19 años— se acerca hacia mi tambaleante y me señala con una navaja. Me tenso, ¿ella estará herida? ¿Le abra hecho daño?

—Vete-e ahora —balbucea y entonces comprendo que esta borracho, o drogado posiblemente.

Niego y me acerco a él, parece dudar de que hacer pero se me encima intentando clavarme la navaja. No soy tonto, sé lo peligroso que es lidiar con alguien así y más cuando esta armado, no obstante al vivir en un barrio peligroso te preparas para situaciones como esta y sabes lidiar bien con ellas. Te acostumbras.

Así que cuando el chico intenta herirme, tomo su mano, golpeo la navaja lejos y le doy un puñetazo en el rostro, luego un rodillazo en el estomago que lo deja sin aire.

—Si no te vas ahora, te ira peor, ¡largo!

Lo veo marcharse apresuradamente, dando tropezones con sus propios pasos y me acerco a la mujer en el suelo, quien llora y se abraza a sí misma.

Buscando un novio para Jazmín ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora