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Iban por la terracería. Cartman trataba de recordar las brechas que había tomado para llegar hasta el culo del bosque. Tenían el GPS, como ya habíamos comentado, pero la señal era débil. Se desconectaba a cada rato y eso no ayudaba mucho.

Había un silencio sepulcral en la camioneta.

Kyle estaba hundido en el asiento del copiloto sin pronunciar una sola palabra, manteniendo recargado su rostro en la ventana y mirando su reflejo, incrédulo de que ahora mismo fuese una mujer. Entonces su mirada verde subió al cielo tratando de escapar de esos pensamientos, y se encontró con la luna llena, con su luz habitual. Ya había vuelto a la normalidad; ojalá él también fuera así.

—Es una lástima que no hayamos podido ver el eclipse de la luna de fresa —confesó malhumorado, pero al mismo tiempo sin pensar mucho.

El castaño permaneció callado un segundo. Él se encontraba muy inquieto, no lograba concentrarse. Le perturbaba tanto que Kyle ahora fuera una mujer o que tuviera el cuerpo de una. Pero sonrió al analizar lo dicho por el pelirroja.

—Entonces... ¿Reconoces que tenía razón? Que si existe la luna de fresa —sonsacó Cartman con una ligera risa.

Kyle dejó de mirar la luna dándose cuenta del error que había cometido al hablar acerca de la luna de fresa. Detestaba tanto darle la razón.

—Tómalo como quieras —gruñó con impotencia.

Pero al mismo tiempo disimulaba sus ganas de sonreír. Nuevamente no entendía. Sin embargo, a pesar de ello, le alegraba que no haya sido otra mentira del castaño. Le devolvía cierto valor a la banal conversación que tuvieron en la piscina. Le hacía creer en él otra vez.

Estaba molesto, pero contento.

Como si no hubiese sido un juego, como si cada acto hecho ahí haya sido real.

Tras estar encerrados en la camioneta durante un buen tiempo, el pelirrojo percibió un aroma dulce y descubrió que provenía de sí mismo. Eso lo confundió, creyó que olería fatal después de salir de ese apestoso cofre. Pero parecía no ser así.

—Cartman... ¿No huelo mal?

Preguntaba esperando recibir una afirmación que recalcara que apestaba a perro muerto y que de alguna forma su olfato quedó estropeado, como un síntoma secundario de ese ritual. Pero no fue así. Para empezar, las mejillas del castaño enrojecieron. Sus manos que sostenían el volante comenzaron a sudar y su cuerpo se tensó. Disimuló una tos falsa para ocultar su nerviosismo.

— ¿Y tú qué crees? ¿Qué acaso tu fea nariz judía no tiene olfato?

—Es que... Extrañamente creo que huelo bien, como a fresa o a cítricos —explicaba Kyle no muy seguro.

—Claro, y tú eres tan egocéntrico que esperabas que yo lo afirmara ¿No? —señalaba Cartman a la defensiva —. "Mírenme, soy niña, pego como niña y ahora también huelo a niña" —dijo imitando su voz.

¿Cómo Cartman podría ser honesto y confesar que ahora mismo el judío olía increíblemente bien? Tan bien que le asqueaba. Lo hacía desear apegarse al pelirrojo y querer olfatear su dulce piel. Por eso estaba tan nervioso e inquieto ¿Qué clase de pensamientos eran esos? ¿Acaso había perdido el juicio? Era lo más marica que había pensado en su vida.

— ¿Qué? No —disintió confundido por su reacción —. Tú no entiendes. Estuve encerrado en un baúl que olía a perro muerto y a marihuana, es para que apestara a... Como a un estudiante de filosofía y letras que está en estado de putrefacción; no a caramelo ¿Me expliqué mejor?

—Mhhh, sí. Pero igual ¿Yo qué carajos voy a saber? —Cuestionó con estrés al ser el pelirrojo tan insistente con el tema — ¿No puedes solo aceptar que la loción de Strawberry Shortcake venía incluida con el cambio de sexo?

Luna de Fresa Donde viven las historias. Descúbrelo ahora