Capítulo 1

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Septiembre, 2008.
Seocho-gu, Seúl.

El aroma a chocolate que flotaba en el aire, provenía de la cocina y se había extendido por toda la mansión, como una invitación silenciosa para que abandonara su alcoba. No parecía que hubiera nadie en casa, a juzgar por el silencio que imperaba, volviendo el eco de sus pasos tan estruendoso que cualquiera creería arrastraba unos pesados zancos en lugar unas sencillas pantuflas.

La cocina era un mundo aparte, pues ahí, había tanto ruido que bien podrían estar celebrando una fiesta.

Oyendo las risotadas de los oppas de seguridad, entremezcladas con lo que debía ser el coro de una canción de Creedence Clearwater Revival, las cartas siendo barajadas sobre la isla y la voz de su madre gruñendo para que los otros no hicieran trampa, Irene pensó en lo genial que le iba aquel ambiente a la mansión, un sitio que resultaba demasiado grande y aterradoramente silencioso cuando la mitad de la familia brillaba por su ausencia.

—¡Miren nada más quien ha despertado de su siesta! —exclamó su tío, Taecyeon.

En realidad no eran parientes, Ok era el hombre de confianza y jefe de seguridad de la mansión desde que la chica podía recordar y el mejor amigo de su madre desde mucho antes de que Irene llegase al mundo. A sus padres les fascinó la primera vez que lo llamó tío, sobre todo a Junmyeon, quien tenía al otro como a un hermano. Ninguno la retó o intentó hacer cambiar de parecer, pero a Taecyeon eso no le importó y a la primera oportunidad le pidió que se ciñera a la jerarquía y lo llamara como haría con cualquiera que no estuviera a su nivel.

Tardó un poco, pero al final aprendió que alguien a su altura se refería a absolutamente nadie, pues en la escala de poder sólo sus padres se hallaban por encima. Eso era lo que significaba venir al mundo como la primogénita de los Oh, llevar la sangre de dos líderes mafiosos y estar destinada a seguir sus pasos. La edad podía pesar, pero en sus venas corría todavía algo más especial que haber alcanzado la vejez.

Aun así, Irene nunca llamó a al hombre por su nombre, jamás se habría atrevido a rebajarlo y no lo haría justo por esa otra lección que su padre le dio y que (en su opinión) valía más que los intentos de Ok por conseguir algo innecesario. Aquella lección que hablaba sobre el valor de la lealtad, el pago de las deudas y el amor a la familia. Taecyeon cuidaba a las personas que habitaban la mansión, confiaba tanto en su madre que lo seguiría incluso si corriera el riesgo de morir y no lo haría porque fuese su jefe sino porque Junmyeon le importaba.

¿Cómo entonces esperaba que Irene viera en él sólo a un empleado y no a un integrante más de su preciada familia?

—Qué bueno que te levantaste, princesa —dijo Changsung, uno de los miembros bajo las órdenes de Ok y por consiguiente, otro de sus tíos— Empezaba a temer que necesitaras al príncipe para que te despertara.

—Últimamente estamos escasos de esos —lamentó Ok— La última opción es que cojamos a un sapo gordo y esperemos que se transforme cuando lo beses.

—¡Iugh, qué asco! —se quejó Irene, llegando junto a su madre.

Junmyeon había aprovechado la distracción de sus subalternos para mirar las cartas en su mano y calcular todas las posibilidades. Nunca fue bueno para los juegos de azar, su habilidad se limitaba al ajedrez, pero gracias a su esposo ahora estaba cerca de volverse un tahúr. Sonrió a su hija cuando Irene advirtió la flor imperial, una jugada que prácticamente le concedía la victoria en esa partida.

—Es broma, preciosa. Antes lo besaríamos nosotros que dejar que un sapo te llene de sus babas —rio Changsung.

Su madre carraspeó y al advertir la indicación en su mirada, los tres se prepararon y expusieron sus juegos. Tal como pensaron, Junmyeon se llevó la gloria. Changsung se quejó diciendo que su jefe no sabía repartir y por eso siempre le tocaban las peores cartas, pero Taecyeon se defendió diciendo que era imposible ganarle a quien fuera la reina de su propia baraja y, además estuviera casado con el mismísimo rey del póker. Irene accedió a jugar una partida cuando le ofrecieron unirse, tomando el sitio de su madre a quien los brownies ya comenzaban a quemársele.

Muñeca de cristal [Seulrene] TERMINADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora