Capítulo 7

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Agosto, 2012.
París, Francia.

Las academias de ballet tendrían que incluir advertencia. Seguro que entonces la matrícula disminuiría, pero añadir en sus folletos que los métodos de enseñanza que practicaban para alcanzar la perfección incluían la tortura medieval y el castigo corporal, no sólo avisaría a los padres de lo que podían esperar de enviar ahí a sus hijos, también evitaría que los estudiantes creyeran estarse inscribiendo a una escuela, cuando lo que realmente hacían era apuntarse voluntarios para una versión musical del régimen militar.

Todavía sin saber cómo había sido capaz de arrastrar su cuerpo magullado de vuelta al piso que ocupaba desde hacía dos años, Irene arrojó sus cosas sobre la mesita junto a la puerta y fue hasta el dormitorio dejando a su camino un rastro de prendas. Cuando se tumbó en la cama, sólo la enorme sudadera con que había salido se había salvado de terminar en el piso. Quería dormir, desentenderse del mundo y del dolor que le quemaba las pantorrillas. No le importaba que tan buena fuera, la Sra. Moreau podía irse al carajo.

—¿Lo pasaste bomba hoy también? —preguntó Seulgi, a su lado, haciendo un esfuerzo por ocultar su diversión.

Hacía años que practicaba ballet, pero no fue hasta que se mudaron a París que la otra descubrió lo inhumanamente duro que podía ser el mundo de la danza clásica. El problema no era la disciplina, ni siquiera los métodos con que se le instruía; lo que en verdad tenía a Irene casi al borde del llanto era haberse cruzado con Agatha Moreau, una bella, diminuta y talentosísima ex prima ballerina que apenas descubrir su talento, decidió acogerla bajo su ala y explotarla hasta convertirla en la nueva estrella de la compañía Red Velvet.

Bueno, no cabía duda que Moreau guardaba cierto parecido a un ave. Quizás un cisne si se hablaba de su apariencia o un pavorreal en términos de elegancia, pero en lo que respectaba a la crianza, la vieja era lo más parecido a un águila. Alentaba la independencia a base de empujones y no miraba atrás cuando sus polluelos caían por el precipicio. Las recompensas sólo se obtenían al demostrar que se merecían y los castigos incluían miradas que calaban hasta el alma.

—Calladita te ves más bonita —gruñó Irene, todavía con el rostro enterrado entre las almohadas.

Seulgi rio bajito, acabando por hacer a un lado la laptop sobre sus piernas. El semestre iba empezando, pero la chica dudaba que seis meses fueran a alcanzarle para terminar con todas las tareas que ya tenía pendientes. Sabía que la universidad no sería sencilla, pero nunca imaginó que fuera a querer acabar con ella; sus padres no dejaban de enviarle ánimos, mientras que su hermano sólo se reía diciendo que eso ganaba por ser tan nerd y estar a poco de graduarse de la carrera en Contabilidad.

—Ven acá, princesa —le dijo, tirando de su cuerpo hasta conseguir que montara a horcajadas sobre ella.

Irene se acurrucó contra su pecho, disfrutando la calidez y el dulce aroma a flores silvestres que emanaba de la otra. Todavía le asombraba lo bien que iba dándose esa relación, pues hasta enero de ese año, se había negado a corresponder los sentimientos que Seulgi tomó valor para confesarle en la víspera de su cumpleaños dieciséis. No había esperado que su amiga dijera sentir algo por ella, así que la sorprendió cuando la única réplica para no amarla de vuelta era que Kim seguía siendo menor de edad.

El día que cumplió 18 años, Seulgi la avisó que ya no se contendría, recibiendo un reto como respuesta. Hazlo, entonces, conquístame si puedes y seré tuya. Y eso fue lo que hizo. No tuvo que hacer grandes méritos, simplemente, ablandar el orgullo de la mayor hasta que se rindió y cumplió su promesa.

—Moreau dijo que estoy lista —murmuró Irene, contra su cuello— Ha puesto mi nombre como candidata al papel de Odette.

—¿Qué, lo dices en serio?

Muñeca de cristal [Seulrene] TERMINADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora