01 | Adiós

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24 de Noviembre, 2022
Seattle, Washington, USA

Una pequeña chica paseaba por el lugar, deslizándose con pasos ligeros y cautelosos por los interminables pasillos del hospital, que se extendían ante ella como un río helado. Su mirada viajaba por cada rincón con curiosidad. Hace mucho tiempo que no había salido de su habitación, por lo que todo se sentía como si fuera la primera vez que lo veía. Al final del pasillo, una alta y delgada figura encapuchada la esperaba. Su atuendo oscuro resaltaba entre el blanco del lugar, haciendo inevitable el notar su presencia. Aquella chica no sintió miedo al ver la figura, a pesar de su aspecto espeluznante, pues no era la primera vez que se veían. Con calma, la chica se acercó a ella como si fuera la persona que estaba buscando desde un comienzo, lo que no estaba muy lejos de la realidad.

—Finalmente ha llegado el momento —mencionó la chica. La alta figura le extendió su huesuda mano a la chica, quien la tomó para caminar con ella de la mano—. ¿Podría despedirme antes de irnos?

En un parpadeo, ambas figuras aparecieron dentro de una de las habitaciones del cuarto piso. Las paredes eran blancas, como casi todo dentro del hospital, pero en ellas se podían ver diferentes cuadros de tamaño mediano. Las cortinas con dibujos de mariposas moradas se encontraban cerradas, evitando que los rayos del amanecer entraran a la habitación. Un pequeño ramo de flores nube de pálido color rosa reposaba sobre la mesita que se encontraba al costado de la camilla.

Sobre la camilla y siendo rodeado por un ejército de máquinas que susurraban en la penumbra, yacía el cuerpo inmóvil de una chica de trece años. Su corto cabello rubio, bastante descuidado, se mantenía sujeto en dos pequeñas y delgadas trenzas. La mascarilla que le proporciona el aire cubría sus labios pálidos, secos y partidos. Aunque sus ojos azules estaban cerrados, aún podías ver el cansancio en ellos por las oscuras ojeras en su rostro. La bata holgada de color azul del hospital y la suave manta que la cubría, no evitaban que su enfermizo aspecto se viera. Su clavícula extremadamente marcada, sus costillas notorias a pesar de la tela, sus brazos y piernas huesudas, y los múltiples hematomas de diferentes colores que cubrían su pálida piel.

La vista de la chica dejó de ver el cuerpo en la camilla para dirigirse a las máquinas que hacían que tanto sus pulmones como su corazón siguieran funcionando. Ella sabía que esas máquinas eran lo único que la mantenía con vida, retrasando por años lo inevitable. Ya no le quedaba mucho tiempo para dejar ese lugar, pero aún había algo que ella debía hacer. Cambió de dirección su mirada, ahora se enfocó en las dos personas que le hacían compañía.

Sentado en el sofá cerca de la puerta, listo para llamar a alguien del personal en caso de ser necesario, se encontraba un hombre de cabello oscuro y piel algo pálida. Sus brazos cruzados marcaban sus músculos, y a pesar de estar sentado, era evidente lo alto que era. Por otro lado, cerca del hombre, pero sentada en una silla al lado de la camilla, se encontraba una hermosa mujer de cabello rubio brillante. La mitad superior de su cuerpo reposaba incómodamente sobre la camilla, mientras tomaba la mano de su única hija, esperando cualquier reacción de ella que le permitiera saber que estaba bien. Ambos adultos tenían marcadas ojeras bajo sus ojos, con un aspecto preocupado, incluso al dormir.

Sintió la delgada mano de su acompañante sobre su hombro, volteó a verle y entendió lo que quería decirle, su tiempo se estaba acabando, debía darse prisa si quería despedirse de ellos. Lentamente se acercó a sus padres, viendo lo cansados que estaban se sintió un poco culpable por tener que despertarlos, pero ella sabía que se arrepentiría si no hablaba con ellos una última vez.

En El Lugar De La Villana / Candy CandyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora