Amor en 2 palabras

Capítulo 8

Zoe Blake

Observé con detenimiento el pequeño reloj de mi habitación, era tarde. Mis padres no tardarían mucho en llegar si no es que ya lo hicieron.

No tenía ánimos de levantarme, las lágrimas cesaron hasta quedarme dormida y como consecuencia tenía los ojos rojos e hinchados.

Irónicamente el tobillo no era lo único que se me había hinchado el día de hoy.

Escuché unos leves golpes en la puerta de mi habitación seguida de la voz de mamá -¿Cielo, estás ocupada?

-No, adelante- dije mientras me acomodaba en la cama.

Entró y me observó por unos segundos, sabía que era lo que veía. Mis ojos rojos resaltaban ante mi piel blanca y no podía ocultarlo. -Cariño, ¿Estás bien? ¿Qué te pasó?- se acercó a la cama tomando asiento en la misma y tocó mi mejilla con suavidad.

No podía mentirle, no a ella. De nuevo brotaron lágrimas de mis ojos y lo único que pude hacer fue abrazarla. -Mamá, no estoy nada bien- respondí entre lágrimas.

-¿Cariño que sucedió? Puedes confiar en mí Zoe, vamos dime ¿Qué pasó?- preguntó nuevamente mientras me abrazaba con más fuerza.

-Él es un tonto, mamá- me limité a responder. Mamá entendió rápidamente a quién me refería.

-Cariño mírame- se separó unos centímetros y tomó mis cara entre sus manos -¿Qué sucedió?- añadió mientras secaba las lágrimas de mis mejillas.

-Discutimos por una tontería, ambos nos enojamos mucho y estallamos, pero él dijo que mis pecas eran horribles- respondí entre gimoteos. -Siempre se ha referido a mí cómo pecosa y realmente creí que era porque le gustaban, pero ahora me doy cuenta que no mamá; él lo decía porque mis pecas le parecen horribles- fue todo, me quebranté.

Mamá volvió a abrazarme cálidamente, realmente agradecía que estuviera ahí; no podría afrontar todo esto sola. Estuvimos en silencio unos segundos y solo se escuchaban mis quejidos, necesitaba sacarlo y mamá me daba esa confianza para hacerlo.

-Zoe, quiero que me escuches ¿De acuerdo?- dijo cortando el abrazo y tomando mis manos con fuerza, ni siquiera había notado que estaban temblando. -Muchas veces al discutir con alguien solemos decirle cosas hirientes a esa persona porque la ira nubla nuestro juicio y no nos detenemos a pensar en cuanto le afectarán nuestras palabras. Hablamos cegados por nuestra cólera e ignoramos nuestros verdaderos sentimientos.- explicaba con mucha paciencia, mientras solo me limitaba a escucharla y tratar de calmarme.

-Cuando tenía tú edad solían decirme lo mismo.- la miré con asombro. Ciertamente mis pecas las heredé de mamá y por eso me gustaban, era algo que nos hacía únicas.

-Solían preguntarme el por qué de las manchas en mi rostro. Muchos chicos decían que tenía una enfermedad contagiosa y que era mejor que no se me acercaran. Esos prejuicios conllevaron a que no tuviera amigos y no disfrutara de una vida escolar como los demás... En el almuerzo comía sola; alejada de todos, era como si yo no existiera y como si a nadie le importara. - mamá bajó la mirada en dirección al agarre de nuestros manos y me sujetó con más fuerza, ésta parte de ella no la conocía.

-Pero, todo eso cambió el día que conocí a tu padre.- levantó la mirada hacia mí y su semblante cambió. Su mirada irradiaba un brillo excepcional.

-El chico más guapo y popular de la escuela, el capitan del equipo de fútbol soccer y el sueño de todas las chicas del instituto, excepto el mío para serte sincera- añadió con una ligera sonrisa. -Tu padre se acercó a las gradas del campo donde yo me encontraba leyendo un libro, no le presté demasiada atención; creía que sería como los demás que solo pasaría como si yo fuera invisible pero él no lo hizo. Se sentó a mi lado a escasos centímetros y me observó durante varios segundos. Yo estaba inmergida en aquel libro que ni siquiera lo había notado hasta que él me preguntó sobre qué leía. Créeme lo observé y le resté importancia, casi podía escuchar a todas las niñas tirandome maldiciones por eso.- ambas sonreímos por eso último.