Mi nombre es Winnie. Un nombre algo tonto, divertido de escuchar, pero no para mí.
Quería empezar de nuevo, o al menos no tanto yo, sino mis tíos. Ellos consiguieron un nuevo trabajo, ellos querían reinventarse, ellos creían que a mí me vendría bien. Pero no pensaban en otra cosa más que en estar sobre una cama, al fin y al cabo.
A pesar de todo, yo los quería y ellos a mí; a pesar de todo, me cuidaban.
Caminé por el largo pasillo lleno de adolescentes perturbados y ruidosos, y me perdí en la multitud, disimulando mi des entendimiento y mi miedo. Aunque algo me llamó la atención: nadie se había fijado en mí, lo cual a la vez me tranquilizó.
Pasó lo típico. Llegar al salón, tener que ser presentada frente a todos al igual que otra gente nueva, y demás cosas aburridas y para avergonzarse. Las clases pasaron rápido, ya que usualmente en los primeros días mucho no se hace.
Nadie me habló, poca gente hasta me miró, pero no me había molestado, puesto que mi propósito no era salir de la institución con la agenda llena; ni mucho menos era algo que iba a pasar.
-Llegué. -dije, y traté de ubicar a alguno de mis tíos. Lo que me pareció raro fue que no estaban en la cama, ni se escuchaban los insoportables gemidos de ambos. De pequeña, pensaba que el techo se caería.
Mi tía salió del baño, y me saludó, y posteriormente me preguntó sobre mi primer día, y yo respondí, y ella dijo que se alegraba, y ahí concluyó la conversación. Mi tía era una mujer hermosa, muy arreglada y cuidadosa, adicta al trabajo.
Subí a mi habitación, y me puse a continuar una historia, algo para pasar el rato, nada importante.
Gente me ha preguntado si estoy realmente bien emocionalmente, o feliz con mi vida, como si algo malo me pasara, o si estoy deprimida, pero yo no respondo. La verdad es, que no estoy ni conforme ni disconforme, estoy en un punto medio, soy y siempre seré un gris.
