Capítulo VIII - Sobre papel

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Esa noche, mañana, como gusten llamarle, me quedé dormida en lo de Dee Ann. Me desperté en el suelo, tapada con una frazada; me dolía horriblemente la cabeza.
Ella estaba acostada, escribiendo en su libro.
-Buenos días. -dijo, sin apartar la mirada del papel.
-Hola... ¿A ti también te duele la cabeza?
-Como si mis sesos fueran a salirse y cobrar vida propia, sí. Pero afortunadamente existe algo llamado ibuprofeno. -exclamó, riéndose y señalando la pequeña mesa de luz, en la que estaban apoyados un vaso con agua y un par de pastillas.
-Gracias. -respondí, y tomé el par, junto con el agua.

Dee Ann cerró su libro, y se levantó de la cama para ir a buscar un cigarrillo y la caja de fósforos. Lo encendió, y le dio una pitada mientras se apoyaba en una de las paredes de la habitación, mirando hacia la ventana. Yo me paré del suelo, y me acomodé en su cama, que estaba contra la pared.

-Deedee. -llamé, pero no parecía haber respuesta, pues seguía concentrada en la ventana.
-Deedee. -la llamé otra vez. Parecía hipnotizada.
-DEEDEE.
Levanté la voz. Dee Ann sacudió la cabeza, y me miró.
-¿Qué pasa? -preguntó.
-¿Puedo ver lo que hay en tu libro?
Ella lo dudó durante unos segundos, pero finalmente aceptó.

Abrí el libro, y comencé a ver lo que tenía. Estaba lleno de frases, extractos de letras de canciones y dibujos hechos en tinta negra; era un paraíso de líneas.

-Esto es genial. -dije, mientras corría las páginas de su libro. Dee Ann sonrió, y siguió mirando a través de la ventana.

Sus dibujos trataban de todo: algunos eran historias, otros, sólo garabatos. Era como si sus más profundos pensamientos hubieran sido plasmados sobre el papel.

-Si esto es demasiado personal, dejo de verlo. -le avisé.
-Tranquila. Por algo acepté que lo vieras. -respondió, apagando su cigarrillo sobre la alfombra de su cuarto, y caminando hacia mí, para sentarse a mi lado.

-Éste lo hice mientras estaba de vacaciones. Fue la primera y única vez que salí de aquí. -dijo, haciendo que deje de correr las páginas, y señalando con su dedo un hermoso dibujo, de una chica desnuda mostrando su espalda, y mirando hacia la luna. Pude notar un brillo en sus ojos mientras me lo enseñaba.
-Fue con mi hermano. -agregó.
-¿Y dónde esta él ahora?
-Se escapó de casa después de las vacaciones. Según él, mis padres no lo dejaban ni respirar. Así que huyó. Huyó de sus problemas, sin enfrentarlos, al igual que ellos dos. -explicó.
-Eso es terrible. -respondí.
-Si te pones a pensar, no es del todo así. Los cuatro somos muy felices separados. Por mí, que no vuelvan más.

Yo levanté mis cejas, sorprendida. Pero entendí cómo se sentía, ya que, a veces, estar solo es mejor.

Seguí corriendo las páginas, observando los detalles de sus dibujos, y leyendo lo que estaba escrito, y al mismo tiempo, Dee Ann me contaba cosas sobre éstos, como cuándo o dónde los había hecho, por qué los había hecho, y qué significaban.

Me sentí más cercana a Dee Ann, y cada aspecto sobre ella era maravilloso, las historias detrás de sus dibujos, todo eso era arte. Tenía un increíble talento, sin dudas.

Pasaron las horas, aunque no nos preocupamos, pues aún era fin de semana, y era sólo el comienzo.

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