Once

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Era solo cuestión de tiempo que Jasmine descubriera la verdad. Hawk la observó, mientras paseaba por su habitación. Ella se mordía el labio inferior. Sabía que quería hablar.

Los hermanos le habían advertido de que había estado hablando. Si fuera por él, se habría quedado hoy en la casa-club, pero quería ver el MC que pensó que podría acabar con él. Estaba a unos dieciséis kilómetros de la ciudad, en un sucio y viejo garaje. Tenía una cerca de metal, y perros atados con cadenas. Las mujeres entraban y salían. Tenían mejor aspecto al entrar al club que al salir.

Había pagado a un par de ellas para conseguir información.  La organización parecía descuidada, pero no estaba dispuesto a arriesgar a sus hombres sin tener primero toda la información. Era una de las razones por las que era tan bueno en lo que hacía. Solo se arriesgaba cuando era estrictamente necesario, y sus hombres rara vez sufrían las consecuencias.

Salir hoy significaba que Jasmine estaría sola, con todos los posibles rumores rondándola.

—No soy tu vieja dama —dijo, deteniéndose frente a él.

Él no dijo una palabra. Solo la miró, mientras ella se pasaba las manos por el pelo.

»¿Por qué creen que soy tu vieja dama? Renee me dijo que algunas de las otras... mujeres me odian, porque tú has hecho una declaración de algún tipo. No lo entiendo.

—Es fácil. Eres mi vieja dama.

—No, Hawk. Soy tu niñera. Eso es todo.

—Eres más que eso. —Él no iba a sentarse, y escucharla intentar convencerse a sí misma de que no había nada entre ellos.

El primer día que se conocieron, sintió algo.  Si no hubiese sido por Bethany, o por el hecho de que estaba entrevistando a una niñera, le habría pedido una cita, o al menos, habría hecho algo.

En lugar de eso, la había dejado ir. Y cuando ella entró en la casa-club, supo que su oportunidad se había ido. La compañía para la que trabajaba, le había hablado de su política en contra de las relaciones con clientes.

Follar a la niñera no iba a ser una opción.  Así que había mantenido la distancia.  Solo había pasado un mes, pero era tiempo más que suficiente para que él supiera qué y a quién quería.

Él se levantó y Jasmine dio un paso atrás.  Con cada paso que el daba, ella retrocedía otro, hasta que golpeó la pared.  Al golpear sus manos contra la pared, la vio saltar.

—¿Qué estás haciendo?

Él vio dilatarse sus ojos.  Miró hacia abajo, recorriendo su cuerpo, y notó que la camiseta que llevaba era como una segunda piel sobre sus pechos, y sus duros pezones presionaban contra la tela.

—Tú también lo sientes, Jasmine. No voy a permitir que lo niegues. Sé que lo sientes. Puedo verlo. —Ahuecó su mejilla, inclinando su cabeza hacia atrás.

—Me encanta mi trabajo. No quiero perderlo.

—No lo descubrirán. No lo permitiremos.

—Es mi trabajo, Hawk. Amo mi trabajo.

—Tu trabajo ahora es cuidar de Bethany y de mí.

—No soy tú niñera.

Se la queda mirando luchar contra lo que ella siente.

—Está bien. Lo haremos a tu manera durante un tiempo, pero te advierto que de  ahora en adelante no pienso jugar limpio.

Antes de que pueda decir algo más, golpea sus labios contra los de ella, silenciándola.

LA NIÑERA DEL MOTERODonde viven las historias. Descúbrelo ahora