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Jasmine dejó a la última de las mujeres y, en lugar de conducir hasta la casa club, fue a casa. Esas fueron las instrucciones de Hawk.

Él ya había conseguido a alguien para que cuidara a Bethany, y aunque se sentía culpable por dejar a la niña, quería el tiempo con Hawk. Pronto la realidad se derrumbaría a su alrededor, y no tendría ninguna excusa para pasar tiempo con él.

La agencia se enteraría, y luego estaría fuera de su nómina para siempre. Parte de ella tenía miedo de eso.

Estacionando en el camino de entrada, salió y entró. Subió directamente a su habitación. Hawk no la dejaba dormir en otro lado que no fuera en su cama. Todo estaba moviéndose muy rápido y, sin embargo, no lo suficientemente rápido. Follaban todo el tiempo, pero eso no era todo. Hablaban todo el tiempo sobre todo y nada.

Había momentos en los que se encontraba pensando en él volviendo ensangrentado con esa mirada en sus ojos, pero debía haber caído de bebé o algo así porque no duraba mucho tiempo y luego estaba pensando en el futuro con él, sobre lo que podría significar. ¿Podría ser su mujer? ¿Cuidar de Bethany? Amaba mucho a esa niña.

Tomando asiento en el borde de la cama, se quitó los zapatos y el vestido. Oyó la puerta abrirse y cerrarse, y esperó sin aliento a que él llegara.

Completamente desnuda, se sentó en el borde de la cama, las piernas abiertas, recostada sobre las manos, esperándolo. Así era como quería que ella esperará.

Era toda suya para hacer lo que quisiera.

Cuando él dobló la esquina y se paró en la puerta, su coño se tensó. Llevaba su chaleco cortado de cuero. Su cabello estaba salvaje ya que ella había pasado los dedos por él muchas veces en la pista de baile. Después de que follaran contra la pared, habían vuelto a entrar y bailaron hasta que llegó el momento de irse.

―¿Todas llegaron a casa seguras? ―preguntó.

―Sí.

―Bien. ―Se quitó el chaleco cortado de cuero―. Ven aquí.

Ella se bajó de la cama y caminó hacia él. Él le tendió la chaqueta para que se la probara. Ella puso sus manos en el chaleco cortado, y él lo colocó sobre sus hombros.

―A partir de ahora, cuando salgas, te pones esto. Ningún hombre tendrá permitido tocar o tomar lo que es mío. ―Envolvió sus brazos alrededor de ella, acercándola.

A ella le encantaba cuando se volvía todo posesivo y no le gustaba compartirla con nadie más. Él deslizó las manos dentro de la chaqueta y ahuecó sus tetas. Les dio un apretón antes de burlarse de sus pezones. Mientras tiraba de las puntas endurecidas, la excitación inundó su coño.

―Inclínate sobre la cama ―dijo él.

Ella hizo lo que le pidió, mirando por encima del hombro. Él se colocó detrás de ella, extendiendo sus nalgas. Sus dedos se burlaron de su hendidura, hundiéndose dentro de ella, retrocediendo para acariciar su agujero fruncido. Ella gimió cuando él rodeó su ano antes de presionar contra él.

Su polla estaba en su entrada en el siguiente segundo, y ella gritó por su anchura mientras él se estrellaba hasta las bolas dentro de ella. Ella las sintió golpear contra su coño.

Cerrando los ojos, lo sintió acariciar su trasero, presionando en el interior hasta que pudo tener un dedo, el cual movió hasta el nudillo. Él comenzó a empujar ese único dedo dentro y fuera de su ano, acostumbrándola a la intrusión, dentro y fuera hasta que ella estuvo suplicando por más. La quemazón se detuvo, pero comenzó de nuevo cuando agregó un segundo dedo a su trasero, abriéndola.

LA NIÑERA DEL MOTERODonde viven las historias. Descúbrelo ahora