Capítulo 9

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Un terrible silencio siguió a sus palabras. Luego, Ben habló. 

—¿Quieres que termine nuestro matrimonio... sin más? 

Después, Tiffany comprendió que no debió haber confiado en su suave tono, debió saber que él no aceptaría su decisión sin dudarlo.

—Tu decisión no tuvo nada que ver con la carta de tu amiguito, ¿no es cierto? —preguntó, y al oírla suspirar con asombro, él supo que había dado en el blanco—. ¿O sea que no eres tan inmune a él como me hiciste creer?... No necesitaste mi ayuda en la fiesta —afirmó—. De hecho, tan sólo jugabas a hacerte la difícil. 

—No —repuso—. Estás muy equivocado.

—¿Qué es? —en ese momento supo que nada que pudiera decirle podría penetrar su enfurecida mente—. Bien, déjame decirte algo, señora Maxwell, estás casada conmigo y así es como seguirás...

—No lo haré —interrumpió Tiffany, y con una desconocida ira lo desafiaba—. Me iré de este apartamento, te dejaré, y entonces yo... 

No dijo más. Se encontró acostada sobre la cama, atrapada bajo su enorme peso. Todo ocurrió con tanta rapidez, que no sabía cómo había sucedido. Entonces los labios de Ben tomaron los suyos, duros y crueles, y ella forcejeó con desesperación, pero no logró liberarse

Su enfurecida boca reclamó la suya una y mil veces, mientras sus manos rasgaban sus ropas. "¡Oh, Dios mío, me violará!", pensó con desesperación, pero debía pensar con cordura, hacer algo. En ese instante los botones de su blusa eran arrancados al abrirse, y una mano se deslizaba hacia su espalda; y aunque en ocasiones ella tenía problemas para cerrar el broche de ese sostén en especial, vio que la prenda cedía bajo su mano. Sin darse cuenta de que la blusa era arrancada de sus brazos, se asombró al ver que sus senos estaban desnudos, cuando el sostén siguió a la blusa hacia el suelo, y las manos de Ben se amoldaron a sus senos, dejándola sólo cuando sus labios se posaron donde sus manos habían estado antes.

—¡No, Ben! —gritó, pero la ignoró; sintió sus manos en el cierre de sus pantalones de mezclilla y después su boca volvió a la suya, y la forzó a abrir los labios.

Pensó entonces que si no lo detenía pronto, ya no sería violación, ya que sus besos despertaban sensaciones que no deseaba, y no sólo luchaba contra él, sino contra su propia respuesta, la que sabía que muy pronto le daría si no lo detenía.

Mientras palpaba la tibia piel de su pecho sobre sus senos, ya que se había quitado la camisa; supo que Ben, con sus principios morales inherentes a su personalidad, no podría perdonarle jamás lo que hacía. Y tan sólo por ese motivo, ahora que su cuerpo comenzaba a suplicar que la tomara, encontró la suficiente fuerza de voluntad para detener su forcejeo, y cuando, después de unos momentos de besar su boca inerte, él irguió la cabeza, Tiffany pudo susurrar:

—Después, te odiarás a ti mismo tanto como a mí, Ben.

El la miró, pareció que sus palabras no surtieron efecto. Pero una expresión de sorpresa cruzó su rostro, extendió una mano para tocar su triste cara, tan sólo para después retirarla como si despertara de una pesadilla, y apartándose, se puso de pie. Tiffany se cubrió los senos con las manos, confortada de que sus pequeñas bragas aún la cubrieran, y observó la máscara de incredulidad que cubrió el rostro de Ben, al darse cuenta de que hacía un instante estuvo a punto de violar a su esposa. Después esa máscara se convirtió en odio a sí mismo, desprecio, y tuvo deseos de llorar por él.

—¡Oh, Dios mío! —murmuró él con voz entrecortada, como si no pudiera creerlo. Y al estudiar su descompuesto estado, las rojas marcas en sus brazos y cuerpo, se dio vuelta y la dejó.

¿Por qué las mujeres se enamoran de los cabrones?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora