Capítulo 6

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El resto de sus vacaciones... las palabras luna de miel eran muy inapropiadas... las pasaron con Holly, quien completaba el trío en cualquier parte adónde iban. Tiffany nunca escuchaba que Ben la invitara, pero, de alguna forma, siempre estaba allí. Sin embargo, mientras más la conocía, descubrió que en otras circunstancias, podría haberle agradado, y, siendo tan generosa y gentil, cuando sus vacaciones se acercaban a su fin, la misma Tiffany fue quien le dijo a Ben:

—¿Invito a Holly a venir con nosotros? —y si él pensaba que le agradaba la compaña de Holly, tanto mejor, ya que después de ese momento en Schatzalp, cuando fueron interrumpidos por Holly, al estar ella a punto de confesarle a Ben que lo amaba, Tiffany se puso en guardia para que nunca volviera a presentarse la situación. Visitaron al señor Maxwell por última vez, el día anterior, y tomarían el primer tren a Zürich, para después volar a Londres, por la tarde.

Tiffany salió de la suite del hotel con una actitud conflictiva. Ben había vuelto a ser el hombre taciturno que conocía, y, a pesar de sus esfuerzos, no podía descubrir qué había ocurrido, ya que, entonces reconoció que ella había deseado en secreto, que esa semana representara un firme cimiento para su matrimonio. Suspiró, al comprender que su esperanza era en vano. Tan sólo anoche, él le habló con tono cortante. Había despertado por la noche, y cuando quiso saber qué hora era, buscó su reloj de pulsera y descubrió que lo había dejado en el baño. Y así, cubierta con su bata, abrió la puerta del dormitorio, y se asombró al descubrir a Ben aún en la salita, ya que creía que hacía varias horas que se había marchado a dormir.

—Mi reloj —dijo como explicación, desconcertada cuando él se levantó de su silla y se aproximó a ella—. Yo... lo dejé en el baño —añadió e intentó pasar a su lado, pero, quizá por estar soñolienta, tropezó con él, y durante un momento sus brazos la rodearon para evitar que cayera. Se maldijo por su debilidad, ya que en vez de intentar apartarse, se dejó derretir contra su cuerpo, y oyó que su voz dura decía:

—¿No puedes ver por dónde caminas?

Nunca más volvería a derretirse en sus brazos, se prometió despertando por completo, sobresaltada, y repuso enseguida.

—Lo siento, señor —como si trabajaran y ella fuera la azafata de este gruñón capitán.

Nada cambió cuando llegaron al apartamento... nada, excepto que su relación empeoraba. En fin, pensó, al encoger los hombros, él volvería a trabajar mañana y ella al día siguiente, y quizá cuando volvieran a encontrarse ambos estarían más contentos y tranquilos.

Cuando deshacía su maleta, Tiffany pausó. Había estado pensando todo el día en que Ben era un gruñón, ¿pero acaso la culpa era toda de él? Para ser sincera... durante esta última semana, se había comportado de forma muy desagradable para evitar que descubriera lo que sentía en realidad. Supo que si el resto del tiempo que durara el matrimonio, no quería pasarlo entre sarcasmos y enfados, tendría que forzarse a ser de nuevo la chica que fue antes de enamorarse.

Con esa nueva decisión, fue a buscarlo, muy nerviosa. Vio su espalda a través de la puerta abierta de su dormitorio. El se dio vuelta cuando Tiffany se detuvo en el umbral de su habitación. Al ver su rostro serio, todas las buenas intenciones de Tiffany desaparecieron, y buscó una excusa para explicar su presencia allí.

—¿T... te parece b... bien que prepare una taza de té? 

—Por Dios, chiquilla —exclamó—. Vives aquí, ¿no es cierto? 

Se volvió con rapidez, pero, a pesar de eso, él pudo descubrir el dolor que su tono le había provocado. 

—Tiffany.

¿Por qué las mujeres se enamoran de los cabrones?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora