Capítulo 10

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Tiffany no prestaba atención a la ruta que había tomado el taxi, sólo era consciente de la renovada furia en su interior. ¿Qué derecho tenía él para disgustarse? Fue él, Ben Maxwell quien la convirtió en el hazmerreír de Coronet Airlines, ya que si Sheila Roberts lo sabía, era un hecho que todos sabrían que el capitán Maxwell no quería a su esposa en su mismo vuelo.

¿Cómo pudo hacer algo así? Y pensar que estuvo tan cerca de entregarse. Se habría rendido a él si no hubiera sido por la oportuna llamada telefónica. ¿Qué estaría pensando ahora? ¿Que sólo tenía que levantar un dedo para que cayera rendida a sus pies? Y además había tenido el descaro de decir que la mataría. ¡Oh, cómo lo odiaba!

¿Cómo se enfrentaría con los demás? A los de cabina de control, a las azafatas. ¿Qué rayos estarían pensando? Una cosa era segura, todos se habrían dado cuenta de que su matrimonio no era normal.

Herida en su orgullo, Tiffany no podía apartar esos pensamientos. Con cuánta alegría se iba a entregar a él, ¡cómo había confiado! Inclusive le agradó que fuera experimentado. Pero estaba demasiado molesta para recordar la paciencia y ternura con que trató su inexperiencia; sólo podía pensar en que ella era la ofendida, y que, a pesar de eso, Ben la culparía.

Sheila Roberts le entregó su programa de vuelo cuando llegó al aeropuerto, y parecía haberse recuperado de su anterior mal humor.

—Siento haberte sacado de la cama —dijo, y Tiffany se volvió para evitar que viera su rubor, por lo acertado de sus palabras.

Volaron a Tokio, pasaron un par de días allí y continuaron el viaje a Hong Kong, antes de que Tiffany permitiera que aparecieran las dudas. Ningún miembro de la tripulación había hecho algún comentario con respecto a la anormalidad de su matrimonio con Ben.

Cuando aterrizaron en Hong Kong, sus dudas crecían, aunque aún no lograba encontrar un buen motivo para que Ben no quisiera volar con ella. Era buena en su trabajo, lo sabía sin presunción,

Al tercer día de los cinco de estancia en Sydney, el problema que había llevado consigo desde Londres, había vuelto a cerrarse en un círculo, y de nuevo se convenció de que su actitud, después de la llamada de Sheila, había sido la correcta.

Al cuarto día comenzó a dudar otra vez, sobre estar completamente acertada en sus ideas, y cuando volvieron a despegar hacia Nueva Zelanda, estaba tan confundida que sólo se concentró en el trabajo. Ya que no tenía tiempo para pensar, anticipó todas las necesidades de los pasajeros, charló de buena gana con aquellos que parecían solitarios, y se hizo indispensable en la cabina de control. Cuando aterrizaron en Auckland comprendió que estaba exhausta.

Se alegró al descubrir que tenía una habitación privada y que no tendría que compartirla con otra azafata; se quitó los zapatos de inmediato con la idea de dormir un poco antes de la cena. Pero, como siempre, cuando estuvo sola, volvió a pensar en Ben. ¿Qué estaría haciendo ahora? Su tiempo de descanso ya habría terminado; ¿qué ruta volaría? ¿Cuántos viajes más tendría que hacer antes de que terminara su contrato? ¿Dos? ¿Tres? Y ella no volaría en ninguno de ellos. Sus últimas palabras habían sido muy amenazantes, pero quizá ya se hubiera tranquilizado. ¿Acaso podría llegar a hacer sus maletas y marcharse antes de que él regresara? Eso es lo que debía hacer, pero, ¿acaso enfurecería al descubrir que su habitación estaba vacía, y que todas sus cosas habían desaparecido? Por milésima vez, Tiffany se volvió en la cama. Lo más probable era que estuviera contento, pensó con dolor, en el momento en que se entregaba a un intranquilo sueño.

Despertó más refrescada, se duchó y se puso un hermoso vestido corto, el cual la ayudó a sentirse mejor. No quería estar sola, y sabía que sí recorría la recepción del hotel, o el bar, encontraría a sus compañeros de vuelo.

¿Por qué las mujeres se enamoran de los cabrones?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora