CAPÍTULO NUEVE.

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El entrenamiento comienza a las siete de la mañana. Lo lleva a cabo bajo la supervisión de la hermana Dora y siempre siguiendo las indicaciones de Camila, que le enseña a respirar, moverse y colocarse. Incluso las posturas de defensa, bloqueo y ataque son complicadas y tiene que detenerse, limpiarse el sudor de la frente y hacer cientos de preguntas al mismo tiempo antes de poder continuar. Para su propia sorpresa, está por la labor. Quizás llevar diez años en una cama, sin posibilidad de moverse es una buena iniciativa para aprender lo que es el extremo contrario. Por eso, cuando Suzanne comenta que podría ser una buena idea que aprenda a defenderse y a entrenar su cuerpo un poco más, ella se levanta de la banqueta y asiente con un entusiasmo que es incapaz de controlar. Durante los últimos días ha visto a las hermanas de la orden luchar entre sí, practicar aikido, boxeo, karate, manejo de armas blancas, meditación y otras tantas modalidades que desde lejos, le resultaban asombrosas. Antes, sólo ha visto algo así en la televisión, a través de una cama que la encerraba y la convertía en una prisionera de por vida.

Lo que tiene claro es que esa orden religiosa no es una orden cualquiera, o al menos, no es el tipo de orden que imparte misas, comuniones, bautizos o ayudan a sus feligreses. No. La naturaleza de esa orden es distinta. No entrenan a simples monjas devotas, entrenan a mujeres capaces de asaltar un maldito banco. Por eso, cuando se sienta con Camila en uno de los descansos y está demasiado exhausta como para seguir, le pregunta qué es lo que hacen realmente allí. Y como siempre, la joven titubea, aunque sabe que ha de tener un guión preparado para ese tipo de preguntas, parece que no quiere mentirle del todo. Así que le explica que la orden está bajo mando directo del Vaticano y que se ocupa de cumplir el tipo de misión que cualquier otra orden o congregación religiosa son incapaces de llevar a cabo.

—Creía que el Vaticano sólo formaba exorcistas, no espías tácticas encubiertas y disfrazadas de monjas.

El comentario hace reír a Camila, que niega con la cabeza.

—No somos eso.

—Bueno, tampoco hacéis pasteles.

—Algunas veces sí—y ambas ríen.

Prosiguen con el entrenamiento un rato después, cuando Ava ha recuperado un poco la energía. Ella agradece la amabilidad con la que la tratan, la paciencia que le tienen, pero aún así sigue necesitando averiguar algunas cosas, así que intenta sonsacar más datos a medida que aprende a golpear, mientras la hermana Dora agarra una almohadilla cubierta de cuero que levanta casi sin esfuerzo con una mano. Gancho izquierdo. Gancho derecho. Gancho izquierdo. Gancho derecho. Intercala respiraciones lentas y pausadas, siguiendo las indicaciones de Camila a su lado, que le agarra la cintura y la fuerza a mantener la postura, tensa y erguida.

De repente, la hermana Dora la ataca con la almohadilla y ella se agacha a tiempo para esquivarlo.

—¡Wow! ¿Qué cojones ha sido eso?—pregunta más emocionada que enfadada porque su cuerpo ha podido reaccionar a tiempo.

—Lenguaje, Ava, estás en la casa del Señor—le recuerda la hermana Dora.

—Donde entrenan a guerreras.

—Sigue siendo la casa de Dios—Camila le pone una mano en el hombro y comparte una mirada cómplice con Dora porque tenían la misión de descubrir si, independientemente del viaje que haya sufrido o no Ava durante los meses anteriores, su cuerpo sigue recordando todo lo que aprendió en el pasado.

Y en efecto, lo recuerda.

Ava también es consciente de que su cuerpo guarda más recuerdos que su propio cerebro, y eso es lo frustrante. Hasta que por supuesto, llega el desayuno. Cuando llega el desayuno se olvida de todo porque ha descubierto que disfruta la comida enormemente. Quizás antes odiaba el hecho de que todos los alimentos se lo daban las monjas que la cuidaban y que esas monjas eran unas cabronas. Pero no es así en la Real Colegiata, donde la comida es rica, abundante y ella es como una leona hambrienta. A menudo las hermanas la observan y se ríen, otras veces ella misma hace chistes y a los pocos días, descubre que es fácil ganarse la afinidad de las chicas. Pueden parecer distantes y frías al principio, pero después son encantadoras.

SALMOS 121:1 (PRIMERA PARTE/COMPLETO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora