CAPÍTULO VEINTIUNO.

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Cuando termina de trabajar el sol todavía se mantiene en lo alto. Ella se encamina tranquilamente al porche trasero del bar La Vasseur con una taza de té helado de melocotón entre las manos. Sabe en qué momento ha crecido tanto como para sentirse una adulta de veinticuatro años que disfruta de cosas banales y simples; un té helado, un atardecer, la tranquilidad otoñal de Suiza y el sonido de los toldos meciéndose con la brisa.

Nubes anaranjadas inundan el cielo color lila.

A la derecha, en la avenida, unas chicas empujan a un tipo como si fuese un globo, intentando que las deje en paz. Ese tipo hipnotiza con suma facilidad. Es un paraíso bañado en oro. Un tigre de bengala. Un hombre de divinidades incontables que sigue creyendo que las chicas caen a sus pies como los frutos caen de los árboles. Pero la realidad es que los tipos así nunca traen nada bueno. Y no es que ella lo sepa. No le interesan lo suficiente. Lo único que sabe de los tipos así es que crecen en un sistema patriarcal que dicta sentencias irregulares para las mujeres y sentencias favorecedoras para ellos. Un sistema que los alza, los protege y les da voz. Las mujeres, por supuesto, también se crían en ese sistema. Pero es más complicado encontrar a una mujer que acose, viole o asesine a un hombre.

Lo contrario, por desgracia, está a la orden del día.

Le sorprende lo normalizado que está el hecho de que un tipo mayor tontee con cinco jóvenes (posiblemente menores de edad) en una plaza pública, a plena luz de la tarde. Y aunque no distingue al tipo desde su posición porque hay mucha distancia, sabe que es un adulto. Quizás no tiene cincuenta años, pero definitivamente no es un jovenzuelo. Deja el té de melocotón en una de las mesas más cercanas y se dispone a caminar con tranquilidad hasta el grupo de chicas para echarles una mano, pero cuando va a cruzar el paso de peatones, el tipo entiende que no tiene nada qué hacer y se marcha en sentido contrario así que Beatrice suspira y aguarda unos segundos por si tiene la intención de volver y agarrar desprevenidas a las jóvenes.

Nunca se sabe con este tipo de hombres.

Al cabo de un rato, se apoya en la barandilla que linda con el porche delantero del bar, de nuevo con su té entre las manos. No sabe qué pensar respecto a nada. Le ha estado dando muchas vueltas a lo que ocurrió en la iglesia Saint-Vincent hace unos días. Tiene poca información sobre las Taraskas, pero tiene la suficiente como para advertir que están en la tierra buscando algo, o a alguien. Por eso lo siguiente que hace cuando llega a su ático ese mismo día es llamar a Camila para solicitar una reunión con la orden en la sede Suiza.

Cuando llega a los exteriores de la sede, media horas más tarde, advierte que todo está tan silencioso como la última vez que estuvo allí. El terreno está repleto de jardines verdosos, árboles altos y una sede de edificios rodea una casona central en tonos claros. La arquitectura es moderna y simplista y hay hermanas guerreras a donde quiera que mire. Algunas reclutas descansan  y charlan tranquilamente sobre el césped más próximo a la muralla que rodea los límites del terreno de la sede. Desde su posición puede escuchar voces pasadas que provienen de sus días de entrenamiento. Se detiene unos segundos sintiendo un temblor amenazante en las rodillas. Quizás por el día tan agitado que lleva. Quizás por la emoción. Aunque con total seguridad, es el pánico y el vértigo bombeándole las extremidades. Siente un extraño mareo por la falta de oxígeno, así que aprovecha el momento para respirar.

Un grupo de chicas de su edad, que posiblemente han sido reclutadas hace unas semanas charlan cerca de una de las estatuas religiosas de estilo helenístico que han colocado en los terrenos centrales de la sede. Mira la hora en su reloj de muñeca. Da los primeros pasos, sintiéndose objeto de murmullos y miradas indiscretas porque aunque muchos allí saben quién es ella, algunos perciben como raro el hecho de que una joven de aspecto mundano pueda entrar en un lugar como ese, que está vedado para el resto del mundo casi siempre.

SALMOS 121:1 (PRIMERA PARTE/COMPLETO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora