CAPÍTULO DIEZ

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El viaje es agotador, pero se asegura de dormir lo suficiente en el avión, el tren, y la furgoneta blindada que las espera en la estación unas horas después. Las cosas se han descontrolado mucho desde lo ocurrido días atrás en la Real Colegiata. Tras el ataque, cuando pudieron reorganizar y salvar las vidas de unas cuantas hermanas más, supieron que no podían permanecer allí, ni siquiera en el país. El Vaticano las auxilió, asegurando que estudiarían el caso a conciencia. Ava no entendía nada. Había muchas preguntas, mucha confusión y mucho dolor. La mayoría de las hermanas habían tenido que recoger a sus compañeras del propio suelo, limpiar su sangre y devolver los cuerpos inertes a sus respectivos familiares, así que el clima era cuanto menos distinto. Los primeros días fueron un auténtico caos y desconcierto, así que decidió ayudar como pudo; reorganizó los recursos con Camila, hizo inventario y atendió las llamadas del resto de las congregaciones religiosas. Aparte de eso, intentó mantenerse al margen lo suficiente como para ofrecer el espacio que las mujeres necesitaban para recuperarse o al menos, para salir del estado de shock en el que se encontraban. Ella entendía lo que era la pérdida. Había perdido a su madre en un terrible accidente de coche que la dejó anclada a una cama durante años. Nunca pudo visitar su tumba, llevarle flores ni nada parecido. Así que, su confusión podía esperar un poco más.

No es hasta que la hermana Camila le comenta cuál va a ser el siguiente plan de acción de la orden que ve la ocasión perfecta. Están siendo atendidas por una de las congregaciones más cercanas a la Real Colegiata en ese momento, pero la estancia principal a las dos de la mañana está sumida en el silencio y la soledad. Claro que ni ella ni casi ninguna de las jóvenes que sufrieron el ataque pueden dormir bien por las noches, así que es fácil encontrarse por los pasillos. Al parecer, Camila ha estado hablando largo y tendido con Suzanne y Vicente y por ende, con el mismísimo Vaticano. Le explica que hay un convento en Suiza, cerca del cantón de Ticino, un lugar de grandes dimensiones que cuenta con su propio monasterio, jardínes impresionantes y alas independientes esparcidas por todo el terreno y que además, es una sede que pertenece a la orden. Una de las más custodiadas, alejadas y escondidas. El lugar perfecto, dice. Han tomado la decisión de ir allí en primer lugar hasta que las cosas se asienten o hasta que puedan encontrar un hilo del que tirar para entender qué es lo que ha ocurrido.

A Ava todo eso le parece muy bien, pero aún así, no se ve capacitada para participar en una historia de la que no tiene apenas datos. Por eso agarra las manos de Camila y le pide con la mirada que por favor, confíe en ella. Pero no es sólo la hermana la que decide iniciar esa conversación, porque después de asegurarle que sabía que ese momento llegaría, la sostiene por el abrazo y la lleva a un lugar apartado, donde Vicente, Suzanne y Jillian Salvius debaten algunos temas concernientes a su nuevo destino.

Cuando entran en la sala, todos los demás saben que ha llegado el momento de las respuestas. Así que sientan a Ava en una silla, y Ava, que está visiblemente nerviosa se acaricia las rodillas con inquietud porque puede esperar cualquier cosa menos que le digan que su orden lucha contra seres sobrenaturales que proceden de otra dimensión de la que conocen realmente poco. Sin darse cuenta, camina de un lado para el otro, asimilando las palabras, las frases sin sentido. Sus pulsaciones ascienden considerablemente mientras relatan algo sobre un halo angélico, un ladrón que intentó doblegar la tierra utilizando una falsa religión como premisa y que por suerte fue derrotado y a cientos de hermanas guerreras que murieron por su causa. Además, por si fuese poco, la Doctora Salvius, la misma mujer que la ha atendido desde que despertó, creó una especie de máquina llamada Arco que tiene vía directa con "el otro lado".

Por supuesto, cuando concluye el relato y se hace el silencio, Ava está tan atónita que lo único que puede hacer es soltar una carcajada sonora. Lo deja todo en esa risa, su reciente pérdida de memoria, los años encamada, sus miedos más profundos.

SALMOS 121:1 (PRIMERA PARTE/COMPLETO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora