No sabe cómo pero terminan caminando por el largo de la playa, después de que ella haya asentado ciertas ideas en su cabeza, como que tiene que disimular todo lo posible hasta que descubra qué ha ocurrido exactamente con Ava. Así que, cuando la joven le propone dar un paseo porque ha llegado a Suiza hace apenas unos días y no conoce a nadie, intenta negarse. Sólo que en algunas cosas, Ava Silva sigue siendo Ava Silva y utiliza la misma mirada perseverante, dulce e inocente que siempre ha utilizado para conseguir lo que quiere.
Finalmente, Beatrice acepta el paseo.
No hablan de nada en particular pero de muchas cosas en general. Sabe que es su oportunidad para intentar averiguar qué ha pasado, pero o Ava se ha aprendido un guión bien armado porque repasa mentalmente las respuestas antes de decirlas o no quiere revelar nada demasiado importante. Es casi como si alguien la hubiese entrenado para salir airosa de una situación así. Eso la hace pensar en la orden, por supuesto, pero no dice nada. Se limita a preguntar de dónde es, cuándo llegó a Suiza y si vive sola. Ava responde que es de aquí y de allá, que llegó a Suiza hace relativamente poco y que en realidad vive acompañada, pero que no se queja.
Mientras conversan, también se miran la una a la otra; Ava intentando conocerla y Beatrice intentando reconocerla. Aunque no puede evitar admitir que le sigue gustando su sonrisa cálida y confiada; una sonrisa que evoca algo frágil, caótico, puro y auténtico, casi vulnerable. No es de extrañar que algunos chicos la asedien cuando la ven pasar por su lado, mientras avanzan por la arena. Todos saben lo que se están perdiendo en el momento en el que ella se pone a mirar a otro lado, porque la realidad es que, aunque Ava intenta ser amable con todo el mundo, sólo está pendiente de la conversación que mantiene con ella. Así que tiene que decir hola a la sonrisa o a la perturbación seductora cuando hace preguntas mientras mira con esos ojos oscuros, dulces y penetrantes que no aflojan nunca, hola a la necesidad inquietante de cercanía que su mirada arranca a posiblemente, todas las personas que se cruzan en su camino y se quedan prendados de ella en un lugar público aún oliendo la despedida desde el primer momento.
Sólo que ella ya tuvo que despedirse de Ava hace mucho.
Por eso le inquieta que hable con ella como si tal cosa, como si nunca hubiesen luchado juntas contra un mal mayor, como si nunca hubiesen conocido y reconocido sus propios sentimientos, como si nunca se hubiesen jurado en silencio miles de veces.
Beatrice tiene que apartar la mirada de la de Ava en distintas ocasiones. Camina con la tabla debajo del brazo, los ojos fijos en la arena y la cabeza agachada. Podría considerarse una conversadora tímida, porque Ava sigue siendo lo contrario, tan entusiasta, libre y decidida como la recuerda.
Sólo que la Ava con la que está hablando ahora es la misma Ava que conoció nada más resurgir de su propio fallecimiento, sólo que esa parte está completamente en el limbo. Advierte que el último recuerdo de la joven es el Orfanato Sant Michael porque en cierto punto se atreve a preguntarle—: ¿Por qué un orfanato?
Aunque ya sabe la respuesta de primera mano, quiere escuchar la respuesta de la nueva Ava.
—Perdí a mi madre siendo una niña—contesta con cierto aire acristalado.
Beatrice asiente pacientemente.
—Lo siento—dice.
—No pasa nada. Ahora tengo una vida distinta.
—¿Mejor o peor?
Ava tuerce el gesto. Parece que no lo tiene claro.
—¿Sabes? No he tenido muchas oportunidades de socializar así que no soy una experta, pero creo que estoy hablando más de mí que tú de ti.
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SALMOS 121:1 (PRIMERA PARTE/COMPLETO)
Fiksi PenggemarQuerida Beatrice, así empieza. Supone que casi todas las cartas que avecinan una despedida empiezan del mismo modo, aunque si es totalmente sincera consigo misma, nunca esperó tener las últimas palabras de Ava entre sus manos. Quizás es esa la raz...