CAPÍTULO VEINTISÉIS (SEGUNDA PARTE)

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—¿Beatrice?

—Te prometí que llamaría, ¿no?

Mientras Ava encuentra las palabras que necesita porque a cualquiera en su situación le sorprendería la llamada después de todas las que ha ignorado durante su estancia en Roma, ella se tumba cuidadosamente en la cama, aguantando el gemido de dolor porque todo su cuerpo, pese a estar ya curado, sufre en consecuencia de lo ocurrido.

Coge aire y lo suelta por la nariz.

Percibe un suspiro de alivio al otro lado. Luego otro. Y otro.

—¿Te encuentras bien?—porque eso es lo único que verdaderamente quiere saber Ava. Lo único importante.

Beatrice sonríe. Responde:

—Sobreviviré.

—Bien—lo fortuito de la respuesta la hace negar con la cabeza—. ¡o sea, no! no quiero decir que esté bien que estés en ese estado, sea cual sea, que imagino que no es bueno. Quiero decir que...

—Lo sé, Ava—la interrumpe porque hasta reír le duele—. Tranquila.

Tras las preguntas iniciales ella le pregunta cómo está, qué tal el clima en Suiza y si está descansando lo suficientemente bien aunque entrene las horas previstas. Mientras aclara todas sus dudas, porque Ava siempre será Ava sin importar cuánta distancia haya entre ellas, piensa en que tiene un aura tan blanca que podría llegar al borde de la Tierra y rodearla.

Le cuenta que el bar está mejor que nunca, aunque está lloviendo mucho durante esos días. También le ha dicho que ha aprovechado que no tiene a nadie a quien molestar para visitar algunos museos, terminar unas cuantas novelas y entrenar lo suficiente para que a la vuelta de Camila y el resto a la sede nadie la regañe demasiado. Y entre respuesta y respuesta, Beatrice va intercalando sonrisas. Hasta que le cuenta que el chico francés con el que habitualmente está en el bar, la ha llevado a algunos pueblos cercanos, han acampado al lado de los alpes y luego han comido una cantidad excesiva de pasta, hasta reventar. Entonces lo que intercala son sonrisas, amargas o no, pero sonrisas. Porque una parte de ella se alegra de que la vida de Ava por fin tenga una línea argumental similar a la normalidad más absoluta, pero la otra sigue siendo humanamente egoísta.

De todos modos, el silencio que comparte mientras escucha es su forma de decir que también está siendo feliz por ella porque intenta imaginarse lo que estar feliz significa para Ava: feliz al salir del trabajo y poder dar un paseo con un chico que la comprende, la hace reír y la evade del resto de las cosas que fluyen sin remedio, feliz yendo a nadar por las mañanas a la piscina municipal, feliz trabajando durante las tardes más frescas, feliz perdiéndose por un pueblo que no conoce y volviendo de madrugada, feliz con las personas que todavía no conoce y que conocerá en los alrededores.

Al final, Ava dice:

—Te echo de menos.

Y esa simple frase la obliga a preguntarse si alguna vez una se acostumbra a eso o simplemente se le acumula una calidez difícil de controlar en el cuerpo.

No quiere ser egoísta, pero tampoco quiere mentir.

Opta por un:

—Si me echas de menos es que Hans está siendo más duro de lo que esperaba.

Ava suspira, casi la ve rodar los ojos y sonreír después.

Contesta:

—Al menos Hans es claro con lo que piensa de verdad.

—Eso ha sido un golpe dolorosamente certero.

—¿He dicho alguna mentira?

—No, pero las verdades a veces son difíciles de digerir, porque yo también te echo de menos, Ava.

SALMOS 121:1 (PRIMERA PARTE/COMPLETO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora