CAPÍTULO VEINTISÉIS (PRIMERA PARTE)

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Avanza sigilosamente bajo la bóveda de la Capilla Paulina, en el Palacio Apostólico del Vaticano. Arremete contra la siguiente puerta de hierro que encuentra, conteniendo el oxígeno en los pulmones y adentrándose en una pequeña sede de callejuelas y laberintos principales. Sabe que Camila le está cubriendo la espalda, cortando el acceso de las cámaras de vigilancia antes de que ella cruce la siguiente esquina mientras Lilith se encarga de los guardias Suizos. Han repasado el plan cientos de veces durante los últimos dos días, así que el esquema mental la ayuda a predecir el siguiente movimiento, a saber dónde tiene que agarrar el próximo marco dorado y hacer que se desplome el tipo de dos metros que vigila la entrada a la zona más baja de la Capilla.

Toca la siguiente  puerta con los dedos y espera respuesta. La espera un minuto. Dos. Vuelve a ajustarse el intercomunicador de oído. Nada. Un minuto. Dos. Tres. Cinco minutos. Coge aire por la boca y lo expulsa por la nariz. La luz sigue encendida a través de las vidrieras, por lo que sabe que el siguiente guardia está dentro.

Tal y como prevee, cerca se oye el crujir de una reja de hierro que, al cerrarse, bloquea el acceso de la sala. El suelo tiembla. Lejos, se dispara una alarma que tarda apenas dos décimas de segundo en detenerse, cediendo al poder de Camila. El guardia de la sala mira hacía los lados y ella se esconde en la esquina, en silencio, evaluando la situación mientras Lilith se acerca con cara de haber hecho su parte del trabajo quizás demasiado bien.

«Todavía nos queda lo peor»

Busca con la mirada, en ese hueco cavernoso, el espacio para dar el siguiente movimiento. Agarra a Lilith antes de que lo haga a su modo y le pide precaución con la mirada y el cuerpo totalmente tenso. Han planeado todo hasta el más mínimo detalle por algo y la cámara que precede al supuesto lugar donde se encuentra el halo es la más peligrosa por la ubicación en la que está dispuesta. Inaccesible incluso para los cardenales que confluyen diariamente a lo largo y a lo ancho de la Santa Sede.

Lilith gira los ojos. Sabe que tienen que entrar en la sala al mismo tiempo que Camila desactiva las alarmas y las cámaras, de no ser así, el guardia Suizo podría percibir lo extraño de la situación y alertar al equipo táctico predispuesto para la seguridad papal y vaticana.

—Estoy teniendo problemas con los controles, chicas. No hagáis nada hasta que os dé la señal—transmite Camila por el intercomunicador de oído.

—Si pudiese desmaterializarme aquí...—suspira Lilith.

—Elegiste un gran lugar para esconder el halo—ironiza ella.

—Escogí el mejor lugar.

—¿Oh, sí?

—Si yo pudiese entrar, cualquier otro ser procedente de "el otro lado" podría entrar también. ¿Entonces qué? adiós halo, adiós plan, adiós posibilidad de sobrevivir a lo que se avecina.

—Yo todavía no he visto que se avecine nada.

—Pensaba que al dejar la orden habías recuperado un poco de la lógica que tanto te caracterizaba—la mira de arriba a abajo con la misma superioridad que mostraba cuando eran simples reclutas—. Está claro que me equivoqué.

—Lo que yo espero—aprieta la mandíbula, coge aire por la nariz y guarda la tensión al fondo—. Es que no nos hayamos equivocado contigo.

—¿Más de lo que habéis metido la pata hasta ahora, quieres decir?—Lilith sonríe—. No es posible.

—Chicas, no es por interrumpir el extraño acercamiento que estáis compartiendo, pero ¿podéis guardar silencio? Este canal es bidireccional—Camila suspira—. Y no puedo concentrarme.

SALMOS 121:1 (PRIMERA PARTE/COMPLETO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora